Julio 26 2013 Severine AuthierSource
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"(...) Cuando me enteré que el Maestro había sido condenado a la ejecución, no reaccioné verdaderamente en el momento. Algo en mí debía saberlo y estaba preparada. Me había despertado con el sentimiento de una especie de facilidad y después… había tenido estas palabras que él había deslizado en mi sueño y que yo me repetía obsesivamente: “… Sé feliz de todo lo que llega.”
“¿Incluso de tu muerte?” había exclamado en un diálogo imaginario con Él mientras que yo caminaba al azar de una callejuela. Ninguna persona me había respondido. Contrariamente a los mil cuestionamientos y al estrépito interior que habrían debido habitarme, un extraño silencio reinaba incluso en mi cabeza.
Como ustedes (ella se dirige a María Salomé y a Myriam de Magdala), la mañana en que fue ajusticiado, los soldados me han dejado colarme hasta el rincón del guijarral donde todo iba a suceder. Yo les anuncié que era de su familia y ellos me han creído sin preguntarme nada más.
Si tengo necesidad de evocar con ustedes esas horas espantosas, es solamente porque ha sucedido para mí algo increíble, algo de lo cual no he hablado nunca singularmente a quien sea, ni incluso a ti, Salomé, con quien yo vengo de pasar sin embargo tantos años…
Cuando he sentido al Maestro subir al final del sendero con su madera sobre los hombros y encuadrado de soldados la lanza al puño, me preparé a buscar sus ojos para gritarLE todo mi amor… Pero cuando su rostro me apareció después su silueta entera con su vestido desgarrado, entré en un estado… que es muy difícil de describir.
En primer lugar, no es verdaderamente a Él que yo he visto. Quiero decir no su persona con los rasgos que le conocíamos. En su lugar, yo solo distinguía una inmensa silueta que se estiraba hacia lo alto en una bruma de Luz inmaculada… No es sin embargo eso de lo que quiero hablarles puesto que la visión ha sido fugaz.
Lo que particularmente me ha embargado y de lo que me acuerdo con tanta precisión, es que mi atención enseguida se amplió a todos los que se encontraban ahí. La idea que yo los conocía a todos, absolutamente todos, se impuso a mí con una fuerza turbadora. Era además mucho más que una idea… una certeza, la que ellos pertenecían a una familia de almas a la cual yo misma estaba íntimamente y visceralmente ligada. Había quienes rezaban, desde luego, quienes lloraban, otros que estaban paralizados, la mirada pasmada, pero había también quienes gesticulaban, quienes aullaban, quienes insultaban… Ellos igualmente, a pesar de todo, eran de mi parentela, yo lo sabía como un hecho indudable, sin incluso avergonzarme de ellos y sin maldecirlos tampoco por su triste rol en este instante. Es eso…
De hecho, yo los veía, yo nos veía a todos jugar un rol en el cual cada palabra, cada detalle, cada impulso del corazón y hasta cada melindre estaba escrito desde siempre, Cada uno tenía su lugar y fusionaba con el otro sin darse cuenta. Formábamos un solo ser que estaba multiplicado.
Lo más fulgurante también, véanlo, es que esta certeza se extendió muy rápido en mi conciencia a toda Jerusalem después al país en su totalidad… Yo no podía ir más lejos… no sabía cómo imaginarlo. Sí, mis amigas… y esta sensación de parentela, de profunda Unidad ha hecho subir en mí una ola tal de compasión que rompí a llorar. Una mujer anciana que yo no conocía me tomó entonces en sus brazos, persuadida que era la vista del Maestro así maltratado que me destruía. Pero no… inexplicablemente no era eso. Yo descubría por primera vez la compasión, la verdadera compasión, la que él había buscado siempre para hacer nacer en nosotros.
Así, no eran de ninguna manera torrentes de lágrimas de dolor que se escurrían de mis ojos; mis lágrimas gritaban a su modo lo contrario del sufrimiento; hablaban de la increíble Felicidad que yo descubría repentinamente ahí… al colmo del horror. ¡Oh, cómo era asombroso y maravillosamente bello este sentimiento de no hacer más que UNO con la humanidad toda entera! ¿Por qué no lo había probado antes? ¡Así pues yo no había sabido lo que era Vivir!
Admito que no había visto incluso al Maestro estirarse sobre el suelo con el fin de que lo claven sobre la madera. Yo había sido protegida por el modo en que la mirada de mi corazón abrazaba a todos los que estaban ahí. ¿Era Él que lo había querido así en un último regalo de despertar propuesto a mi alma? Yo tenía la sensación de poder entrar en la historia de cada uno, de ser invitada a tocar por dentro sus penas y sus alegrías, sus caídas, sus miedos y su felicidad a través del tiempo, de vida en vida… Sí, el tiempo mismo no me parecía más ser un obstáculo, yo veía más allá de su principio porque no había consistencia. ¿Era él, ese cómplice del olvido, que nos volvía ciegos hasta no distinguir más la trama del gran Juego que nos unía a todos?
Yo recuerdo el grito ronco dado por el Maestro al primer clavo que le hundieron en su carne. Él dispersó esta especie de comprensión dorada que me había envuelto a la manera de un velo protector. Sobre el instante, yo me sobresalté y no creí lo que sucedía, Era demasiado inverosímil, demasiado horrible, demasiado en desfasaje con lo que yo acababa de vivir. (…)”
Extraído del Testamento de las Tres Marías, de Daniel Meurois, ed le Passe-Monde
El Libro de Jacobée, capítulo IV, páginas 105 a 108
http://gracedelamour.blogspot.fr/2013/07/le-livre-de-marie-jacobee.html#more
TRADUCIDO POR: A.I.
http://mensajes-del-espiritu-2013.blogspot.com.ar/
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