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7. VAMOS A CONTAR MENTIRAS
17/05/2010
audio
Me desperté de muy buen humor el Dywrnad del encuentro organizado con las hadas jóvenes, que os anuncié en la anterior Crónica. Estaba alegre ante la perspectiva de la jornada que tenía por delante, que presentía llena de hermosas sorpresas. Al desayuno faltó la Reina de las Tempestades, que muy temprano había marchado ya en dirección al lugar del evento para cerrar los últimos detalles. Merlín me deseó que la experiencia fuera muy fructífera. Y, nada más levantarme de la mesa, también yo me encaminé hacia el Tor, que no está muy alejado de donde resido.
Tras recorrer el Laberinto de la Diosa, accedí a la edificación, entrando por su puerta frontal. Al poco de atravesarla, fue Nimue quien me salió al paso:
-¡Hola, Emilio. Bienvenido a la Casa de las Hadas!-, me saludó con entusiasmo y utilizando el sobrenombre con el que al Tor se le conoce en la Isla de Cristal.
-¡Buen Dywrnad, Nimue!-, le respondí para después unirme a ella en un beso en el que volqué la felicidad que me inundaba.
Cogidos de la mano nos dirigimos al salón principal del recinto. La noche anterior cenamos juntos, por lo que Nimue ya me había adelantado algunos pormenores de la reunión, recalcándome que las hadas con las que me encontraría ostentaban el calificativo de jóvenes no en razón de la edad, sino porque era recientemente cuando habían experimentado la transformación en tales, siendo aún noveles en el uso de sus poderes y dones. Por esto, además, no habían perdido su condición esencial de seres humanos, por lo que las enseñanzas que se les impartirían valen igualmente para cualquier persona. Las encargadas de ello serían la Reina de las Tempestades, que actuaría cual Maestra de Hadas, y la propia Nimue y sus íntimas amigas Elaine e Igraine, que harían la labor de Maestras Auxiliares. Las convocadas superaban el medio centenar y procedían de una gran variedad de puntos de Europa y Norte de África. Desde luego, suponía un privilegio en toda regla participar como invitado en una cita tan singular y plena de fuerza femenina. –No te inquietes. Tienes tu lado femenino muy desarrollado. Recuerda que tu primera encarnación humana fue en una mujer-, me animó Nimue durante la cena para que diluyera cualquier tipo de recelo.
Cuando entramos, el salón estaba repleto, con todas las hadas ya instaladas en cómodas sillas que configuraban un gran círculo multicolor, dada la variedad y viveza cromática de sus atuendos. La Maestra de Hadas se hallaba de pie en medio del mismo. Su indumentaria contrastaba con el resto, pues vestía una austera veste de terciopelo negro, sin dibujo o distintivo alguno, que le cubría desde el cuello hasta los tobillos, amén de los brazos. Me saludó alzando y moviendo el derecho e indicándome con el izquierdo el sitio que debía ocupar, frente a ella y en lado opuesto al asignado a Nimue, que se sentó a su espalda, junto a Elaine e Igraine. Tomé asiento un tanto ruborizado, pues, por motivos obvios, era el centro de atención de todas las miradas. Y de uno de mis bolsillos saqué una pequeña grabadora que puse en funcionamiento, ya que la Reina de Tempestades me había autorizado a registrar lo que se allí se hablara al objeto de facilitar su posterior transcripción en esta Crónica.
Tras unas breves palabras introductorias, la Maestra de Hadas entró en materia. Su voz era cálida y pausada:
-El potencial operativo de la mente es colosal, inmenso. Tanto que, como si de un ordenador de última generación se tratara, su rendimiento no depende estrictamente de ella, sino de la cualificación del usuario. Y si en los ordenadores tal cualificación viene definida por los conocimientos y pericia del operador, en el caso de la mente está en función del grado de consciencia de la persona. Por lo que cabe afirmar que la mente está al servicio de la consciencia.
La manifestación de la Consciencia es el “Ser Consciente” que se atribuye a Buda, o el “Yo Soy el que Soy” con el que Jehová responde a Moisés en el pasaje bíblico del Libro del Éxodo. En el plano de los seres humanos, está relacionada con la honda interiorización de lo que somos: una unidad energética y vibracional, integrada a su vez en la Unidad de cuanto existe, en la que confluyen de manera armoniosa y equilibrada una dimensión interior y espiritual (alma y espíritu) y otra exterior y material (cuerpo). La consciencia hace factible tal confluencia y plasma la adecuada conexión entre esas dos dimensiones.
Con esta base, cuando el nivel consciencial es bajo, la conexión falla: la persona está desconectada de su Ser profundo y carece de una dirección consciente. Ante esta ausencia del Yo interior en el timón, la mente activa una especie de piloto automático, valga el símil, que suple tal déficit. Se trata del ego, que desarrolla un yo y una personalidad ante las necesidades de conservación y actuación en el mundo tridimensional. Frente al Yo interior, creación divina y de esencia divinal, es un yo no sólo pequeño, sino también falso, en el sentido de que es una creación de la mente, un objeto mental. Pero no es menos cierto que resulta imprescindible para la supervivencia y actividad del ser humano ante la ausencia de un mando consciente.
En cambio, cuando la persona disfruta de consciencia, la conexión entre sus componentes trascendente y material está operativa; y el Yo Verdadero asume la dirección. El piloto automático, el ego, no es preciso, por lo que la mente lo mantiene desactivado. Además, en vez de usar y canalizar su energía y capacidad para el funcionamiento y desarrollo del ego, las pone al servicio del Yo profundo-.
La Reina de las Tempestades interrumpió su disertación para beber un poco de agua. Tras lo cual, se giró sobre sí misma y se dirigió hacia una silla que se había mantenido vacante entre Nimue y Elaine, exactamente frente a mí, quedando la primera a su derecha y la segunda a su izquierda, mientras Igraine permanecía codo con codo con Nimue. Ya sentada, continuó su exposición:
-Por lo enunciado, es la cualificación consciencial del usuario lo que determina el papel y el rendimiento de la mente, que está siempre a nuestra entera disposición en su vasta capacidad funcional. No obstante, al igual que distintas tradiciones y culturas religiosas se han empeñado a lo largo de la historia en satanizar el cuerpo físico, el desconocimiento de lo que se acaba de explicar ha provocado que otras dirijan sus fobias contra la mente, culpándola de la existencia del ego y de la interminable sucesión de pensamientos que por ella fluyen sin control. Pero cuerpo y mente son, como el espíritu o el alma, creaciones divinas; nada “malo” hay en ellos. La mente, en particular, es un prodigioso tesoro biológico-tecnológico a nuestro servicio, incluida nuestra esfera espiritual. Y es un instrumento neutro, cuyo potencial resulta más o menos rentabilizado dependiendo de la cualificación del operador, esto es, del grado de consciencia de cada cual.
Eso sí, cuando tal grado es reducido, el funcionamiento del piloto automático sumerge a la persona en un mundo de creaciones mentales. Al ego, una creación mental, no se le puede pedir otra cosa, no da más de sí. Lo que provoca que muchos seres humanos vivan en un mundo de ilusiones mentales mayoritariamente marcado por la insatisfacción y la infelicidad. Pero es de género estúpido responsabilizar a la mente de esto, cuando se limita a cumplir con su obligación: activar un mecanismo supletorio por la carencia de dirección consciente y ante necesidades primarias de conservación y actuación en la tridimensionalidad.
La mente, pues, está libre de “culpa” y somos nosotros los que debemos mirar hacia nuestro interior y elevar el grado de consciencia. Para lograrlo, un buen procedimiento consiste en poner en evidencia las ficciones mentales en las que las personas se introducen cuando el ego asume el mando y, a partir de ello, escudriñar en nuestra dimensión profunda.
Bajo el control del piloto automático, la vida cotidiana de muchísimos seres humanos discurre sumida en una serie de mentiras que afectan sensiblemente a su sentido del yo, a la consciencia acerca de sí mismos y a la percepción sobre cuestiones tan primigenias como lo que significa pensar o lo que es vivir el presente. Entre tales mentiras, sobresalen la media docena que se enunciarán de manera sintética a continuación. En ellas habéis creído hasta ahora. Y en ellas viven encarceladas la mayoría de las personas. Elaine, Nimue e Igraine serán las encargadas de contárnoslas.
Inmediatamente, Elaine se puso en pie y comenzó a hablar. Su pelo largo, liso y negro, como sus ojos, armonizaba perfectamente con el ceñido vestido de intenso azul turquesa que lucía, dejando al aire sus brazos, buena parte de la espalda y las piernas por debajo de las rodillas. Su dicción desprendía una cierta musicalidad, al remarcar cada pocas palabras la sílaba final de alguna de ellas. No obstante, sabía captar el interés del auditorio:
-Solemos creer que es natural tener una voz en la cabeza que habla sin parar. Pero esto no es verdad; es la primera de las mentiras.
Cuando el ego está al mando, basta con que se reflexione o medite un momento para constatar que los pensamientos acuden a la mente sin previo aviso, de manera espontánea y sin autorización por nuestra parte, sin que intervenga nuestra voluntad. Parecen obedecer al dictado de algo o alguien ajeno a nosotros mismos, como si estuviéramos poseídos por una entidad extraña con sus propios deseos y prioridades.
Nos cuesta un trabajo tremendo cortar este flujo permanente y descontrolado de pensamientos. También resulta difícil concentrarse en uno concreto, pues enseguida otros pugnan por entrar en escena. Y su autonomía llega al extremo de que ni siquiera podemos evitar aquéllos que nos desagradan; por más que nos fastidien, vuelven a aparecer cuando les viene en gana. Es más, los pensamientos han logrado tal poder que aceptamos su dominio como lo más normal del mundo. Cada uno de nosotros y la civilización y cultura vigentes, la visión imperante, estima lógico que no podamos poner coto a su ritmo incesante, centrarnos en uno específico o liberarnos de los que nos disgustan.
Pero es una gran mentira: no es un hecho consustancial tener en el interior de la cabeza una especie de voz que habla sin parar y con autonomía y criterio propios. Esto se produce cuando el referido piloto automático está encendido. Si elevamos nuestro grado de consciencia, el piloto se desactiva y el Yo verdadero toma la dirección, teniendo capacidad sobrada para controlar la mente, ya sea para acallarla o para concentrarla en un tema o asunto concreto, sin interferencias o injerencias de pensamientos no invitados. Cuando aumentamos el nivel consciencial, los pensamientos están a nuestro servicio y no nosotros al servicio de ellos-.
Elaine se calló y tomó asiento, dando el relevo a Nimue. Había elegido para la ocasión un sencillo atuendo a modo de túnica de color rojo apagado que le colgaba hasta los tobillos. El cabello trigueño y muy corto hacia juego con el verde aceituna de su iris y con el color de su indumentaria. Se le veía risueña y hasta divertida. Sin importarle las miradas, me guiño descaradamente su ojo derecho y arrancó la disertación:
-Nos identificamos con nuestros pensamientos. Pero esto es mentira, la segunda del listado. Lo cierto es que nuestro Yo y nuestros pensamientos no son lo mismo.
Nuestra rendición ante los pensamientos ha llegado al extremo de que confundimos su voz con nosotros mismos. Nos identificamos con ellos, permitimos que nos capten hasta el punto de unir a ellos nuestro sentido del yo y tejemos lo que pomposamente denominamos personalidad sobre un crisol de pensamientos que fluyen, refluyen, juzgan, prejuzgan, etiquetan y clasifican a su entero antojo.
Es ciertamente sorprendente, pues es obvio que los pensamientos campan a sus anchas. Pero, aun así, terminamos creyendo que nosotros somos nuestros pensamientos, identificándonos con ellos. De este modo, los pensamientos fabrican en nosotros un falso ego: el reiterado piloto automático, totalmente ficticio y de carácter puramente ilusorio, que afirmamos solemnemente como nuestro yo.
Pues bien, ésta es otra gran mentira, la segunda del listado. La realidad es que nuestro verdadero Yo nada tiene que ver con ese falso y pequeño yo, ni con nuestros pensamientos. Tenemos un Yo profundo absolutamente ajeno a ese ego y a los pensamientos; y para el que éstos no son sino instrumentos para la acción en el mundo en el que vivimos-.
Nimue bajó ligeramente la cabeza, como agradeciendo la atención que le habíamos prestado, y ocupó su silla. Enseguida, Igraine se levantó de la suya. Había sabido encontrar el vestido con el tono anaranjado exacto que encajaba con su caballera pelirroja y sus ojos azul esmeralda. Destacaba por su altura, pero se movía con coordinación y gracia. Tomó la palabra con voz muy dulce.
-No es verdad que exista el pasado. La existencia del pasado es otra mentira, la tercera.
Y es que el absurdo no termina en lo resaltado por Elaine y Nimue, sino que es ahí donde empieza. Primero, porque no se trata de una voz en el interior de la cabeza, sino de muchas voces que pugnan y discuten entre sí, pues tenemos muchos pensamientos a menudo contradictorios y enfrentados. Y en segundo lugar, porque los pensamientos están condicionados no por el presente, sino por el pasado, por nuestras experiencias y recuerdos. Esto nos introduce en un espectacular embrollo porque el pasado no existe ni existirá. Creer en la existencia del pasado es la tercera gran mentira, asumida sin rechistar cuando es escaso el grado de consciencia sobre quién se es y lo que es real.
El pasado existió cuando fue presente. Y las experiencias que en él vivimos las llevamos incorporadas en el ahora. No es necesario recodarlo. La memoria del pasado es algo que surge como forma mental en el momento presente. Además, tal memoria ni siquiera es certera, pues muchos sucesos del pasado los rememoramos desde la interpretación subjetiva de nuestra pequeña historia personal -sufrimientos y goces, éxitos y fracasos.-. Y ésta suele estar marcada por la insatisfacción, bien por no haber alcanzado lo deseado o porque, habiéndolo conseguido, inmediatamente aspiramos a algo más, a algo nuevo que haga nuestra vida más placentera, completa o genuina.
De este modo y aunque no nos percatemos del desatino, nuestra identidad, personalidad y sentido del yo quedan a merced de unos pensamientos contradictorios que responden a la interpretación subjetiva por parte del ego insatisfecho de un pasado inexistente. Ante esto, no puede sorprendernos que nuestro sentido del yo se halle estrechamente ligado a una sensación de frustración o, al menos, de carencia de algo, de emociones o cosas. El piloto automático, a falta de una dirección consciente, no da para más. Por lo que una gran parte de las personas notan que sus vidas no están llenas, se sienten incompletas. Cunde el desasosiego, configurado ya como santo y seña de la sociedad actual-.
Igraine concluyó su intervención con un gesto de cabeza semejante al de Nimue. Tras lo cual, volvió a tocarle el turno a Elaine:
-Tampoco es verdad que exista el futuro. La existencia del futuro es la cuarta de las grandes mentiras entre las que tanta gente pasa sus días.
Fijaos: ¿qué hacer ante el desasosiego que acaba de citar Igraine?. Pues como el ayer no nos satisface, miramos hacia el mañana. Se trata de una huida hacia adelante en toda regla. Sobre ella se construye otra falacia, la cuarta gran mentira: el futuro.
Puenteando el presente, pasando por encima de él, proyectamos el pasado, con sus frustraciones y carencias, hacia el futuro. Pero éste es sólo otra invención de la mente. El futuro sólo es real cuando ya no es un objeto mental, es decir, cuando deja de ser futuro y se transforma en el momento presente.
Sin embargo, al observar el mundo que nos rodea, es fácil constatar que el futuro se ha convertido en una droga a la que se mantienen enganchadas demasiadas personas, que se aferran al futuro cual tabla de salvación. Lo consideran imprescindible para salir del agujero emocional en el que han caído, para experimentar nuevos sentimientos y sensaciones, para poseer los objetos que precisan o les ilusionan, para ser felices.
Desde luego, el futuro es útil para las cosas prácticas, pero más allá no tiene ningún sentido. Está claro que cada cosa que hacemos requiere tiempo para completarse; y que hay acciones que han de ejecutarse hoy con la mirada en el mañana o que forman parte de una cadena de tareas que transcienden el ahora. Pero en lo que corresponda hacer en este ahora, no son futuro, sino presente. Y en éste me debo ocupar de lo que me tengo que ocupar, sean cuales sean sus implicaciones o consecuencias en el tiempo. Son las ocupaciones del momento presente, no las pre-ocupaciones por el mañana.
La realidad es que gastamos muchísima energía en las pre-ocupaciones, mientras que ponemos escasa atención en llevar a cabo las ocupaciones de la mejor manera posible. En lugar de diferenciar entre ocupaciones y pre-ocupaciones y centrarnos exclusivamente en las primeras, nos metemos en una cadena sin fin donde el pasado condiciona el futuro; y éste, cuando llega, se añade al pasado y vuelve a condicionar el futuro. La droga del futuro nos tiene desquiciados.
El futuro no existe, excepto en la mente, como un pensamiento. El pequeño yo, el ego, está siempre esperando encontrarse a sí mismo en algo que hallará en el momento próximo; anda siempre en camino hacia lo que sea. Y esto, lógicamente, provoca el llamado estrés: la enfermedad mental más común y extendida en la civilización humana-.
Al terminar Elaine, Nimue volvió a sucederle en la exposición. Esta vez, afortunadamente, no hubo guiño de ojo:
-No es verdad que vivamos en el presente. Creemos que vivimos en el presente, pero es mentira, la quinta.
Ciertamente, si a cualquier persona se le pregunta si vive en el antes, en el ahora o en el después, nos mirará con cara de sorpresa por la teórica imbecilidad de la cuestión y contestará de inmediato que en el ahora. Es lógico, pues en nuestra carencia de consciencia estamos convencidos de que vivimos en el hoy; ni en el ayer, ni en el mañana, sino en el presente. Sin embargo, esto es mentira, la quinta de la relación.
Ojalá fuera verdad que vivimos el presente, pero, como consecuencia de las cuatro mentiras anteriores, por el bajo grado de consciencia, la mayoría de hombres y mujeres estiman en su fuero interno, aunque sea inconscientemente, que el momento próximo es más importante que el actual. Y pasan sus días en plena incapacidad para vivir en el único sitio donde la vida existe: el momento presente.
La razón es sencilla de entender. El ego es una creación mental surgida de la identificación con nuestros pensamientos. Como tal, se nutre y se recrea en las invenciones y objetos mentales, espantándole todo lo que sea real. Por eso anda siempre dando bandazos entre el pasado y el futuro, meros objetos mentales. Y por eso no le gusta el momento presente, que es lo único auténticamente real.
El falso yo vive en constante oposición al momento presente o, simplemente, lo niega. Ha convertido el momento presente en su enemigo. Para él nunca es suficiente. Rara vez hay algún momento que le guste. Y cuando esto ocurre, el momento presente pasa rápidamente y se queda en el mismo estado que antes. Las quejas mentales son una manifestación de esta confrontación con el momento presente. El ego está instalado en un estado casi permanente de queja mental. Nada le agrada ni parece bastarle. Halla defectos y motivos de protesta hasta en lo más placentero o deseado. Así es como se alimenta el falso y pequeño yo: posicionándose y reafirmándose contra lo que es, contra la vida. Imponemos juicios y reducimos a las personas a un puñado de etiquetas y conceptos mentales. Y al encarcelar a los otros con los pensamientos, nosotros mismos entramos en la prisión mental.
El ego se percibe a sí mismo contra la vida, contra el Universo, contra el resto de lo que existe, que, en su labor como piloto automático, contempla cual amenaza. Es una colosal locura que aún se hace mayor debido a que el ego también necesita el mundo que le rodea para cumplir su misión y satisfacer sus aspiraciones. El ego pasa sus días -y los seres humanos que con él se identifican- en el conflicto descomunal y permanente derivado de rechazar el momento presente, lo único real, la vida. Y lo agudiza necesitando de un mundo que, a la par, estima una amenaza-.
Nimue había hablado con mucha elocuencia. Parecía evidente que era la mejor expositora de las tres. Igraine la sustituyó dispuesta a contarnos la sexta y última de las mentiras:
-No es verdad que seamos lo que somos. Estamos convencidos y nos parece una obviedad que somos lo que somos. Pero esta es otra mentira. Y hace de corolario de las cinco precedentes, siendo el máximo exponente de las consecuencias del reducido nivel consciencial. Radica en el hecho de que cada uno está convencido de que vive su vida. No puede ser de otra manera, nos decimos. Nos consideramos conscientes de lo que hacemos, de lo que queremos,... de lo que somos. Pero tampoco esto es verdad.
No tenemos consciencia de nuestro ser real, el verdadero Yo, sino del piloto automático con el que nos identificamos; algo que nuestra mente, ante la ausencia de mando consciente, ha tenido que inventar por necesidades de supervivencia y actuación en la tridimensionalidad. Hemos desarrollado una consciencia de los objetos: no somos lo que somos, sino lo que pensamos que somos; nos vemos a nosotros mismos como objetos mentales. El ego es una creación de la mente: mi pequeño yo, mi pequeña historia, mis emociones. Y busca su felicidad en los objetos mentales, sean teorías, creencias, suposiciones, preocupaciones, emociones estimulantes,…
Sin duda, todas estas cosas tienen su lugar en este mundo, pero no para que nos identifiquemos con ellas, no para que creamos que esos objetos y formas mentales constituyen nuestro ser, el “nosotros mismos”. Pero lo hacemos. Y el resultado final es la frustración, la insatisfacción: la demencia ante la pérdida de conexión con la genuina dimensión del ser humano, nuestro verdadero Yo-.
-¿Cómo activar tal conexión?-. Completada por las tres Maestras Auxiliares el listado de mentiras, era la Reina de las Tempestades quien, sin incorporarse de su silla, tomaba otra vez la palabra. –Para conseguirlo, resulta de gran ayuda examinar nuestra dimensión profunda a través de su relación con el único sitio donde la vida realmente existe: el ahora. Para ahondar en ello nos volveremos a ver mañana, aquí mismo y a idéntica hora que hoy. Vaya por delante que esa dimensión profunda existe fuera del tiempo; que nada tiene que ver con los pensamientos, conceptos, juicios y definiciones; y que no se identifica ni se llena con objetos materiales, mentales y emocional. Os pido que lo que queda de Dywrnad lo utilicéis para reflexionar en silencio y meditar interiormente sobre lo que Elaine, Nimue e Igraine os han expuesto. ¡Muchas gracias por vuestra atención!-.
Las hadas jóvenes prorrumpieron en un fuerte aplauso al que yo me uní de inmediato, aunque la Maestra de Hadas se apresuró a indicarnos con sus gestos que cesáramos en ellos. No obstante, la batida colectiva de palmas no era una reacción protocolaria, de mero cumplimiento, sino signo de reconocimiento ante el fondo y la forma de las intervenciones, por lo que aún se prolongaron varios hanadles más.
Antes de abandonar la sala, me acerqué a la Reina de las Tempestades para expresarle mi enhorabuena por la marcha del encuentro, agradeciéndole nuevamente que me hubiera invitado al mismo. Y felicité también a las Maestras Auxiliares, que, la verdad, habían estado brillantes. Nimue se colgó de mi brazo derecho y me susurró en el oído:
-Tras el trabajo, el descanso. Con tanto hablar, me ha entrado mucha hambre. Vámonos a comer los dos solos a algún sitio tranquilo-.
Dicho y hecho, nos alejamos del Tor hasta el Dywrnad siguiente. Lo que aconteció en él será ya materia de otra Crónica.
Tras recorrer el Laberinto de la Diosa, accedí a la edificación, entrando por su puerta frontal. Al poco de atravesarla, fue Nimue quien me salió al paso:
-¡Hola, Emilio. Bienvenido a la Casa de las Hadas!-, me saludó con entusiasmo y utilizando el sobrenombre con el que al Tor se le conoce en la Isla de Cristal.
-¡Buen Dywrnad, Nimue!-, le respondí para después unirme a ella en un beso en el que volqué la felicidad que me inundaba.
Cogidos de la mano nos dirigimos al salón principal del recinto. La noche anterior cenamos juntos, por lo que Nimue ya me había adelantado algunos pormenores de la reunión, recalcándome que las hadas con las que me encontraría ostentaban el calificativo de jóvenes no en razón de la edad, sino porque era recientemente cuando habían experimentado la transformación en tales, siendo aún noveles en el uso de sus poderes y dones. Por esto, además, no habían perdido su condición esencial de seres humanos, por lo que las enseñanzas que se les impartirían valen igualmente para cualquier persona. Las encargadas de ello serían la Reina de las Tempestades, que actuaría cual Maestra de Hadas, y la propia Nimue y sus íntimas amigas Elaine e Igraine, que harían la labor de Maestras Auxiliares. Las convocadas superaban el medio centenar y procedían de una gran variedad de puntos de Europa y Norte de África. Desde luego, suponía un privilegio en toda regla participar como invitado en una cita tan singular y plena de fuerza femenina. –No te inquietes. Tienes tu lado femenino muy desarrollado. Recuerda que tu primera encarnación humana fue en una mujer-, me animó Nimue durante la cena para que diluyera cualquier tipo de recelo.
Cuando entramos, el salón estaba repleto, con todas las hadas ya instaladas en cómodas sillas que configuraban un gran círculo multicolor, dada la variedad y viveza cromática de sus atuendos. La Maestra de Hadas se hallaba de pie en medio del mismo. Su indumentaria contrastaba con el resto, pues vestía una austera veste de terciopelo negro, sin dibujo o distintivo alguno, que le cubría desde el cuello hasta los tobillos, amén de los brazos. Me saludó alzando y moviendo el derecho e indicándome con el izquierdo el sitio que debía ocupar, frente a ella y en lado opuesto al asignado a Nimue, que se sentó a su espalda, junto a Elaine e Igraine. Tomé asiento un tanto ruborizado, pues, por motivos obvios, era el centro de atención de todas las miradas. Y de uno de mis bolsillos saqué una pequeña grabadora que puse en funcionamiento, ya que la Reina de Tempestades me había autorizado a registrar lo que se allí se hablara al objeto de facilitar su posterior transcripción en esta Crónica.
Tras unas breves palabras introductorias, la Maestra de Hadas entró en materia. Su voz era cálida y pausada:
-El potencial operativo de la mente es colosal, inmenso. Tanto que, como si de un ordenador de última generación se tratara, su rendimiento no depende estrictamente de ella, sino de la cualificación del usuario. Y si en los ordenadores tal cualificación viene definida por los conocimientos y pericia del operador, en el caso de la mente está en función del grado de consciencia de la persona. Por lo que cabe afirmar que la mente está al servicio de la consciencia.
La manifestación de la Consciencia es el “Ser Consciente” que se atribuye a Buda, o el “Yo Soy el que Soy” con el que Jehová responde a Moisés en el pasaje bíblico del Libro del Éxodo. En el plano de los seres humanos, está relacionada con la honda interiorización de lo que somos: una unidad energética y vibracional, integrada a su vez en la Unidad de cuanto existe, en la que confluyen de manera armoniosa y equilibrada una dimensión interior y espiritual (alma y espíritu) y otra exterior y material (cuerpo). La consciencia hace factible tal confluencia y plasma la adecuada conexión entre esas dos dimensiones.
Con esta base, cuando el nivel consciencial es bajo, la conexión falla: la persona está desconectada de su Ser profundo y carece de una dirección consciente. Ante esta ausencia del Yo interior en el timón, la mente activa una especie de piloto automático, valga el símil, que suple tal déficit. Se trata del ego, que desarrolla un yo y una personalidad ante las necesidades de conservación y actuación en el mundo tridimensional. Frente al Yo interior, creación divina y de esencia divinal, es un yo no sólo pequeño, sino también falso, en el sentido de que es una creación de la mente, un objeto mental. Pero no es menos cierto que resulta imprescindible para la supervivencia y actividad del ser humano ante la ausencia de un mando consciente.
En cambio, cuando la persona disfruta de consciencia, la conexión entre sus componentes trascendente y material está operativa; y el Yo Verdadero asume la dirección. El piloto automático, el ego, no es preciso, por lo que la mente lo mantiene desactivado. Además, en vez de usar y canalizar su energía y capacidad para el funcionamiento y desarrollo del ego, las pone al servicio del Yo profundo-.
La Reina de las Tempestades interrumpió su disertación para beber un poco de agua. Tras lo cual, se giró sobre sí misma y se dirigió hacia una silla que se había mantenido vacante entre Nimue y Elaine, exactamente frente a mí, quedando la primera a su derecha y la segunda a su izquierda, mientras Igraine permanecía codo con codo con Nimue. Ya sentada, continuó su exposición:
-Por lo enunciado, es la cualificación consciencial del usuario lo que determina el papel y el rendimiento de la mente, que está siempre a nuestra entera disposición en su vasta capacidad funcional. No obstante, al igual que distintas tradiciones y culturas religiosas se han empeñado a lo largo de la historia en satanizar el cuerpo físico, el desconocimiento de lo que se acaba de explicar ha provocado que otras dirijan sus fobias contra la mente, culpándola de la existencia del ego y de la interminable sucesión de pensamientos que por ella fluyen sin control. Pero cuerpo y mente son, como el espíritu o el alma, creaciones divinas; nada “malo” hay en ellos. La mente, en particular, es un prodigioso tesoro biológico-tecnológico a nuestro servicio, incluida nuestra esfera espiritual. Y es un instrumento neutro, cuyo potencial resulta más o menos rentabilizado dependiendo de la cualificación del operador, esto es, del grado de consciencia de cada cual.
Eso sí, cuando tal grado es reducido, el funcionamiento del piloto automático sumerge a la persona en un mundo de creaciones mentales. Al ego, una creación mental, no se le puede pedir otra cosa, no da más de sí. Lo que provoca que muchos seres humanos vivan en un mundo de ilusiones mentales mayoritariamente marcado por la insatisfacción y la infelicidad. Pero es de género estúpido responsabilizar a la mente de esto, cuando se limita a cumplir con su obligación: activar un mecanismo supletorio por la carencia de dirección consciente y ante necesidades primarias de conservación y actuación en la tridimensionalidad.
La mente, pues, está libre de “culpa” y somos nosotros los que debemos mirar hacia nuestro interior y elevar el grado de consciencia. Para lograrlo, un buen procedimiento consiste en poner en evidencia las ficciones mentales en las que las personas se introducen cuando el ego asume el mando y, a partir de ello, escudriñar en nuestra dimensión profunda.
Bajo el control del piloto automático, la vida cotidiana de muchísimos seres humanos discurre sumida en una serie de mentiras que afectan sensiblemente a su sentido del yo, a la consciencia acerca de sí mismos y a la percepción sobre cuestiones tan primigenias como lo que significa pensar o lo que es vivir el presente. Entre tales mentiras, sobresalen la media docena que se enunciarán de manera sintética a continuación. En ellas habéis creído hasta ahora. Y en ellas viven encarceladas la mayoría de las personas. Elaine, Nimue e Igraine serán las encargadas de contárnoslas.
Inmediatamente, Elaine se puso en pie y comenzó a hablar. Su pelo largo, liso y negro, como sus ojos, armonizaba perfectamente con el ceñido vestido de intenso azul turquesa que lucía, dejando al aire sus brazos, buena parte de la espalda y las piernas por debajo de las rodillas. Su dicción desprendía una cierta musicalidad, al remarcar cada pocas palabras la sílaba final de alguna de ellas. No obstante, sabía captar el interés del auditorio:
-Solemos creer que es natural tener una voz en la cabeza que habla sin parar. Pero esto no es verdad; es la primera de las mentiras.
Cuando el ego está al mando, basta con que se reflexione o medite un momento para constatar que los pensamientos acuden a la mente sin previo aviso, de manera espontánea y sin autorización por nuestra parte, sin que intervenga nuestra voluntad. Parecen obedecer al dictado de algo o alguien ajeno a nosotros mismos, como si estuviéramos poseídos por una entidad extraña con sus propios deseos y prioridades.
Nos cuesta un trabajo tremendo cortar este flujo permanente y descontrolado de pensamientos. También resulta difícil concentrarse en uno concreto, pues enseguida otros pugnan por entrar en escena. Y su autonomía llega al extremo de que ni siquiera podemos evitar aquéllos que nos desagradan; por más que nos fastidien, vuelven a aparecer cuando les viene en gana. Es más, los pensamientos han logrado tal poder que aceptamos su dominio como lo más normal del mundo. Cada uno de nosotros y la civilización y cultura vigentes, la visión imperante, estima lógico que no podamos poner coto a su ritmo incesante, centrarnos en uno específico o liberarnos de los que nos disgustan.
Pero es una gran mentira: no es un hecho consustancial tener en el interior de la cabeza una especie de voz que habla sin parar y con autonomía y criterio propios. Esto se produce cuando el referido piloto automático está encendido. Si elevamos nuestro grado de consciencia, el piloto se desactiva y el Yo verdadero toma la dirección, teniendo capacidad sobrada para controlar la mente, ya sea para acallarla o para concentrarla en un tema o asunto concreto, sin interferencias o injerencias de pensamientos no invitados. Cuando aumentamos el nivel consciencial, los pensamientos están a nuestro servicio y no nosotros al servicio de ellos-.
Elaine se calló y tomó asiento, dando el relevo a Nimue. Había elegido para la ocasión un sencillo atuendo a modo de túnica de color rojo apagado que le colgaba hasta los tobillos. El cabello trigueño y muy corto hacia juego con el verde aceituna de su iris y con el color de su indumentaria. Se le veía risueña y hasta divertida. Sin importarle las miradas, me guiño descaradamente su ojo derecho y arrancó la disertación:
-Nos identificamos con nuestros pensamientos. Pero esto es mentira, la segunda del listado. Lo cierto es que nuestro Yo y nuestros pensamientos no son lo mismo.
Nuestra rendición ante los pensamientos ha llegado al extremo de que confundimos su voz con nosotros mismos. Nos identificamos con ellos, permitimos que nos capten hasta el punto de unir a ellos nuestro sentido del yo y tejemos lo que pomposamente denominamos personalidad sobre un crisol de pensamientos que fluyen, refluyen, juzgan, prejuzgan, etiquetan y clasifican a su entero antojo.
Es ciertamente sorprendente, pues es obvio que los pensamientos campan a sus anchas. Pero, aun así, terminamos creyendo que nosotros somos nuestros pensamientos, identificándonos con ellos. De este modo, los pensamientos fabrican en nosotros un falso ego: el reiterado piloto automático, totalmente ficticio y de carácter puramente ilusorio, que afirmamos solemnemente como nuestro yo.
Pues bien, ésta es otra gran mentira, la segunda del listado. La realidad es que nuestro verdadero Yo nada tiene que ver con ese falso y pequeño yo, ni con nuestros pensamientos. Tenemos un Yo profundo absolutamente ajeno a ese ego y a los pensamientos; y para el que éstos no son sino instrumentos para la acción en el mundo en el que vivimos-.
Nimue bajó ligeramente la cabeza, como agradeciendo la atención que le habíamos prestado, y ocupó su silla. Enseguida, Igraine se levantó de la suya. Había sabido encontrar el vestido con el tono anaranjado exacto que encajaba con su caballera pelirroja y sus ojos azul esmeralda. Destacaba por su altura, pero se movía con coordinación y gracia. Tomó la palabra con voz muy dulce.
-No es verdad que exista el pasado. La existencia del pasado es otra mentira, la tercera.
Y es que el absurdo no termina en lo resaltado por Elaine y Nimue, sino que es ahí donde empieza. Primero, porque no se trata de una voz en el interior de la cabeza, sino de muchas voces que pugnan y discuten entre sí, pues tenemos muchos pensamientos a menudo contradictorios y enfrentados. Y en segundo lugar, porque los pensamientos están condicionados no por el presente, sino por el pasado, por nuestras experiencias y recuerdos. Esto nos introduce en un espectacular embrollo porque el pasado no existe ni existirá. Creer en la existencia del pasado es la tercera gran mentira, asumida sin rechistar cuando es escaso el grado de consciencia sobre quién se es y lo que es real.
El pasado existió cuando fue presente. Y las experiencias que en él vivimos las llevamos incorporadas en el ahora. No es necesario recodarlo. La memoria del pasado es algo que surge como forma mental en el momento presente. Además, tal memoria ni siquiera es certera, pues muchos sucesos del pasado los rememoramos desde la interpretación subjetiva de nuestra pequeña historia personal -sufrimientos y goces, éxitos y fracasos.-. Y ésta suele estar marcada por la insatisfacción, bien por no haber alcanzado lo deseado o porque, habiéndolo conseguido, inmediatamente aspiramos a algo más, a algo nuevo que haga nuestra vida más placentera, completa o genuina.
De este modo y aunque no nos percatemos del desatino, nuestra identidad, personalidad y sentido del yo quedan a merced de unos pensamientos contradictorios que responden a la interpretación subjetiva por parte del ego insatisfecho de un pasado inexistente. Ante esto, no puede sorprendernos que nuestro sentido del yo se halle estrechamente ligado a una sensación de frustración o, al menos, de carencia de algo, de emociones o cosas. El piloto automático, a falta de una dirección consciente, no da para más. Por lo que una gran parte de las personas notan que sus vidas no están llenas, se sienten incompletas. Cunde el desasosiego, configurado ya como santo y seña de la sociedad actual-.
Igraine concluyó su intervención con un gesto de cabeza semejante al de Nimue. Tras lo cual, volvió a tocarle el turno a Elaine:
-Tampoco es verdad que exista el futuro. La existencia del futuro es la cuarta de las grandes mentiras entre las que tanta gente pasa sus días.
Fijaos: ¿qué hacer ante el desasosiego que acaba de citar Igraine?. Pues como el ayer no nos satisface, miramos hacia el mañana. Se trata de una huida hacia adelante en toda regla. Sobre ella se construye otra falacia, la cuarta gran mentira: el futuro.
Puenteando el presente, pasando por encima de él, proyectamos el pasado, con sus frustraciones y carencias, hacia el futuro. Pero éste es sólo otra invención de la mente. El futuro sólo es real cuando ya no es un objeto mental, es decir, cuando deja de ser futuro y se transforma en el momento presente.
Sin embargo, al observar el mundo que nos rodea, es fácil constatar que el futuro se ha convertido en una droga a la que se mantienen enganchadas demasiadas personas, que se aferran al futuro cual tabla de salvación. Lo consideran imprescindible para salir del agujero emocional en el que han caído, para experimentar nuevos sentimientos y sensaciones, para poseer los objetos que precisan o les ilusionan, para ser felices.
Desde luego, el futuro es útil para las cosas prácticas, pero más allá no tiene ningún sentido. Está claro que cada cosa que hacemos requiere tiempo para completarse; y que hay acciones que han de ejecutarse hoy con la mirada en el mañana o que forman parte de una cadena de tareas que transcienden el ahora. Pero en lo que corresponda hacer en este ahora, no son futuro, sino presente. Y en éste me debo ocupar de lo que me tengo que ocupar, sean cuales sean sus implicaciones o consecuencias en el tiempo. Son las ocupaciones del momento presente, no las pre-ocupaciones por el mañana.
La realidad es que gastamos muchísima energía en las pre-ocupaciones, mientras que ponemos escasa atención en llevar a cabo las ocupaciones de la mejor manera posible. En lugar de diferenciar entre ocupaciones y pre-ocupaciones y centrarnos exclusivamente en las primeras, nos metemos en una cadena sin fin donde el pasado condiciona el futuro; y éste, cuando llega, se añade al pasado y vuelve a condicionar el futuro. La droga del futuro nos tiene desquiciados.
El futuro no existe, excepto en la mente, como un pensamiento. El pequeño yo, el ego, está siempre esperando encontrarse a sí mismo en algo que hallará en el momento próximo; anda siempre en camino hacia lo que sea. Y esto, lógicamente, provoca el llamado estrés: la enfermedad mental más común y extendida en la civilización humana-.
Al terminar Elaine, Nimue volvió a sucederle en la exposición. Esta vez, afortunadamente, no hubo guiño de ojo:
-No es verdad que vivamos en el presente. Creemos que vivimos en el presente, pero es mentira, la quinta.
Ciertamente, si a cualquier persona se le pregunta si vive en el antes, en el ahora o en el después, nos mirará con cara de sorpresa por la teórica imbecilidad de la cuestión y contestará de inmediato que en el ahora. Es lógico, pues en nuestra carencia de consciencia estamos convencidos de que vivimos en el hoy; ni en el ayer, ni en el mañana, sino en el presente. Sin embargo, esto es mentira, la quinta de la relación.
Ojalá fuera verdad que vivimos el presente, pero, como consecuencia de las cuatro mentiras anteriores, por el bajo grado de consciencia, la mayoría de hombres y mujeres estiman en su fuero interno, aunque sea inconscientemente, que el momento próximo es más importante que el actual. Y pasan sus días en plena incapacidad para vivir en el único sitio donde la vida existe: el momento presente.
La razón es sencilla de entender. El ego es una creación mental surgida de la identificación con nuestros pensamientos. Como tal, se nutre y se recrea en las invenciones y objetos mentales, espantándole todo lo que sea real. Por eso anda siempre dando bandazos entre el pasado y el futuro, meros objetos mentales. Y por eso no le gusta el momento presente, que es lo único auténticamente real.
El falso yo vive en constante oposición al momento presente o, simplemente, lo niega. Ha convertido el momento presente en su enemigo. Para él nunca es suficiente. Rara vez hay algún momento que le guste. Y cuando esto ocurre, el momento presente pasa rápidamente y se queda en el mismo estado que antes. Las quejas mentales son una manifestación de esta confrontación con el momento presente. El ego está instalado en un estado casi permanente de queja mental. Nada le agrada ni parece bastarle. Halla defectos y motivos de protesta hasta en lo más placentero o deseado. Así es como se alimenta el falso y pequeño yo: posicionándose y reafirmándose contra lo que es, contra la vida. Imponemos juicios y reducimos a las personas a un puñado de etiquetas y conceptos mentales. Y al encarcelar a los otros con los pensamientos, nosotros mismos entramos en la prisión mental.
El ego se percibe a sí mismo contra la vida, contra el Universo, contra el resto de lo que existe, que, en su labor como piloto automático, contempla cual amenaza. Es una colosal locura que aún se hace mayor debido a que el ego también necesita el mundo que le rodea para cumplir su misión y satisfacer sus aspiraciones. El ego pasa sus días -y los seres humanos que con él se identifican- en el conflicto descomunal y permanente derivado de rechazar el momento presente, lo único real, la vida. Y lo agudiza necesitando de un mundo que, a la par, estima una amenaza-.
Nimue había hablado con mucha elocuencia. Parecía evidente que era la mejor expositora de las tres. Igraine la sustituyó dispuesta a contarnos la sexta y última de las mentiras:
-No es verdad que seamos lo que somos. Estamos convencidos y nos parece una obviedad que somos lo que somos. Pero esta es otra mentira. Y hace de corolario de las cinco precedentes, siendo el máximo exponente de las consecuencias del reducido nivel consciencial. Radica en el hecho de que cada uno está convencido de que vive su vida. No puede ser de otra manera, nos decimos. Nos consideramos conscientes de lo que hacemos, de lo que queremos,... de lo que somos. Pero tampoco esto es verdad.
No tenemos consciencia de nuestro ser real, el verdadero Yo, sino del piloto automático con el que nos identificamos; algo que nuestra mente, ante la ausencia de mando consciente, ha tenido que inventar por necesidades de supervivencia y actuación en la tridimensionalidad. Hemos desarrollado una consciencia de los objetos: no somos lo que somos, sino lo que pensamos que somos; nos vemos a nosotros mismos como objetos mentales. El ego es una creación de la mente: mi pequeño yo, mi pequeña historia, mis emociones. Y busca su felicidad en los objetos mentales, sean teorías, creencias, suposiciones, preocupaciones, emociones estimulantes,…
Sin duda, todas estas cosas tienen su lugar en este mundo, pero no para que nos identifiquemos con ellas, no para que creamos que esos objetos y formas mentales constituyen nuestro ser, el “nosotros mismos”. Pero lo hacemos. Y el resultado final es la frustración, la insatisfacción: la demencia ante la pérdida de conexión con la genuina dimensión del ser humano, nuestro verdadero Yo-.
-¿Cómo activar tal conexión?-. Completada por las tres Maestras Auxiliares el listado de mentiras, era la Reina de las Tempestades quien, sin incorporarse de su silla, tomaba otra vez la palabra. –Para conseguirlo, resulta de gran ayuda examinar nuestra dimensión profunda a través de su relación con el único sitio donde la vida realmente existe: el ahora. Para ahondar en ello nos volveremos a ver mañana, aquí mismo y a idéntica hora que hoy. Vaya por delante que esa dimensión profunda existe fuera del tiempo; que nada tiene que ver con los pensamientos, conceptos, juicios y definiciones; y que no se identifica ni se llena con objetos materiales, mentales y emocional. Os pido que lo que queda de Dywrnad lo utilicéis para reflexionar en silencio y meditar interiormente sobre lo que Elaine, Nimue e Igraine os han expuesto. ¡Muchas gracias por vuestra atención!-.
Las hadas jóvenes prorrumpieron en un fuerte aplauso al que yo me uní de inmediato, aunque la Maestra de Hadas se apresuró a indicarnos con sus gestos que cesáramos en ellos. No obstante, la batida colectiva de palmas no era una reacción protocolaria, de mero cumplimiento, sino signo de reconocimiento ante el fondo y la forma de las intervenciones, por lo que aún se prolongaron varios hanadles más.
Antes de abandonar la sala, me acerqué a la Reina de las Tempestades para expresarle mi enhorabuena por la marcha del encuentro, agradeciéndole nuevamente que me hubiera invitado al mismo. Y felicité también a las Maestras Auxiliares, que, la verdad, habían estado brillantes. Nimue se colgó de mi brazo derecho y me susurró en el oído:
-Tras el trabajo, el descanso. Con tanto hablar, me ha entrado mucha hambre. Vámonos a comer los dos solos a algún sitio tranquilo-.
Dicho y hecho, nos alejamos del Tor hasta el Dywrnad siguiente. Lo que aconteció en él será ya materia de otra Crónica.
EMILIO CARRILLO
Crónicas De Avalon, Parte 1: La Isla De Cristal, Parte 2: Ritmo De Vida, , Las Crónicas De Avalon, Parte 3: Merlín, Emilio Carrillo
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CRÓNICAS DE AVALON PARTE 4. IAPETUS Y NIBIRU, CRÓNICAS DE AVALON PARTE 5. VIAJE AL CENTRO GALÁCTICO Y A MI INTERIOR
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CRÓNICAS DE ÁVALON PARTE 7. VAMOS A CONTAR MENTIRAS
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CRÓNICAS DE ÁVALON 9. HO´OPONOPONO
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Crónicas de Ávalon: 10. Campos morfogenéticos , 11. DIMENSIONES Y Síntesis del texto original con audios
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CRÓNICAS DE AVALON 12. EL PRINCIPIO HOLOGRÁFICO
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