LA VÍA DEL SILENCIO - 2/2
Extracto del libro de Omraam Mikhael Aïvanhov
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VIII - EL SILENCIO, CONDICIÓN BÁSICA DEL PENSAMIENTO
El verdadero poder del hombre, es el del pensamiento. Vosotros sabéis, y todo el mundo lo sabe, que es el pensamiento el que dirige, el que realiza, el que crea. Pero para laborar, el pensamiento tiene necesidad de ciertas condiciones, y una de las condiciones esenciales es el silencio. Esto es algo que aún no ha sido bien comprendido por la mayoría de la gente, porque a eso que generalmente llaman pensamiento, no es en la mayoría de los casos más que una agitación del intelecto. También es un error creer que el pensamiento se desarrolla en las discusiones, en los enfrentamientos y en las controversias.
La meditación es un ejercicio tan difícil para la mayoría de los humanos: porque desconocen lo que es realmente el pensamiento y cómo utilizarlo. Se imaginan que van a entrar en el mundo del silencio así como así, sin preparación, con un instrumento ruidoso que en realidad lo que hará será perturbar el silencio. Pues es precisamente esto lo que ocurre, es su pensamiento mal dominado quien perturba el silencio: va de un lado para otro atropellándolo todo a su paso. Cualesquiera que sean los esfuerzos que hagáis por meditar, no lo lograréis hasta que os hayáis esforzado por introducir el silencio en vosotros.
Pensar, supone ante todo ser capaz de liberarse de las preocupaciones cotidianas a fin de concentrarse desinteresadamente sobre un tema de naturaleza filosófica, espiritual. Pensar, debe servirnos para progresar en la vía de la comprensión del ser humano, del Universo, de Dios mismo. Y esta comprensión no se adquiere a través de la lectura de libros o de las discusiones. Es en el silencio que el saber inmemorial, oculto en lo más profundo de nosotros mismos, llega poco a poco a la conciencia.
Lo más útil que un instructor puede enseñarnos, son los beneficios del silencio, así como las condiciones que puede darnos para nuestra evolución. Así pues, hay que acostumbrarse a disfrutar de esas concentraciones, de esas meditaciones. Primero basta con muy poco tiempo, sólo algunos minutos, y luego, paulatinamente, iremos aumentando, prolongando este tiempo... hasta conseguir entrar verdaderamente en las regiones celestiales para realizar una tarea: tocar, remover, desplazar por el universo entero materiales y corrientes. El pensamiento, que nos permite comprender, nos permite también actuar, es algo más que una simple facultad que tiene como meta el conocimiento: es la clave de todo, es la varita mágica, el instrumento todopoderoso.
Así pues, cuando hayáis conseguido librar vuestro pensamiento de todo aquello que es susceptible de obstaculizarlo, y lo tengáis bajo vuestro control, entonces podéis orientarlo en la dirección que deseéis para que haga una tarea: ordenar, armonizar las partículas y las corrientes no sólo en vosotros, sino en el mundo entero. Dais las órdenes, os concentráis sobre una idea o sobre una imagen, la mantenéis y ella será la que laborará y encontrará nuevos materiales y los organizará.
Bienaventurados quienes hayan comprendido cuan necesario es aprender a abandonar las regiones inferiores de los pensamientos y de los sentimientos para acercarse a la fuente divina, porque es allí donde encontrarán los elementos para emprender una verdadera actividad y vivir la verdadera vida.
Aquellos que no trabajen para adquirir cualidades espirituales, se irán al otro mundo con las manos vacías; porque, como sabéis, al dejar la tierra, no nos vamos acompañados de nuestros coches, nuestras fábricas, nuestras ropas, nuestras joyas. Si no hemos hecho nada por adquirir riquezas espirituales, nos iremos completamente desnudos, pobres, miserables, y no seremos recibidos con demasiada consideración allá arriba. Sí, es vuestro fuero interior el que ahora debéis intentar explorar, porque en él encontraréis los elementos más preciosos para vuestro desarrollo y vuestra elevación.
Esta labor sólo podéis hacerla durante la meditación, en el silencio. Cuando consigáis eliminar los pensamientos y los sentimientos inoportunos e introducir en vosotros la calma, la armonía, permaneced quietos e intentad incluso de inmovilizar el pensamiento: que nada atraviese vuestra mente, ni un pensamiento, ni una imagen, como si todo se hubiese parado. Sólo vuestra conciencia debe estar ahí, vigilante.
El hombre está habitado por el Espíritu Divino, y si debe ponerse a su servicio, no es para reforzarlo, porque el Espíritu ya es fuerte; ni para instruirlo, porque es omnisciente; ni para purificarlo, porque es una chispa. Únicamente debe ocuparse de abrirle camino, y entonces el Espíritu divino le da su luz, su paz, su amor. He ahí la labor que debéis realizar en el silencio de la meditación.
Aquél que decide consagrarse con todo lo que posee, permite al principio divino la posibilidad de laborar y de manifestarse a través de él. Es por ello que Jesús decía: “Mi Padre labora y yo también laboro con Él”. Jesús podía pronunciar estas palabras porque lo había consagrado todo a su Padre Celestial, le había cedido su lugar a Él, por lo tanto podía asociarse a su labor. Y también decía: “Mi Padre y yo, somos uno”, lo cual significa lo mismo.
De la misma manera que participáis en la vida de vuestra familia, de vuestra ciudad, de vuestro país, y más aún para algunos en particular, debéis aprender a participar en la vida cósmica. Durante las oraciones, las meditaciones, los cantos, sabed que también vosotros podéis participar en la vida cósmica, pero con la condición de ser conscientes de las condiciones que se os dan para hacer una labor a través del pensamiento.
IX - BÚSQUEDA DEL SILENCIO, BÚSQUEDA DEL CENTRO
No hacer ruido, no es un fin en sí mismo, sino sólo un paso preliminar, la condición necesaria para alcanzar otro silencio: el silencio interior, es decir, la armonización de las distintas voluntades que se expresan en nuestro interior. Estas voluntades son múltiples: el corazón, el intelecto, los ojos, los oídos, el estómago, el vientre, el sexo, los brazos, las piernas... Todas estas voluntades necesitan alguna cosa y la reclaman, y estas reclamaciones son, a menudo, contradictorias. Para restablecer el orden, es preciso invitar a un poder capaz de armonizarlas, de orientarlas hacia una tarea, es decir, una inteligencia, una cabeza, que gobierne y lo presida todo. Las células de nuestros órganos y las entidades que los habitan sólo obedecen a la cabeza, no reconocen a nadie más; entre ellas se devoran, se destrozan, pero como existe una ley en el universo según la cual el inferior debe obedecer al superior y someterse a él, ante la autoridad de la cabeza se inclinan.
Cada día debemos esforzarnos por reencontrar la cabeza, es decir, esta inteligencia divina momentáneamente prisionera en nuestro interior, y poder así devolverle la libertad. Después de haber realizado este magnífico silencio, nada puede impedirnos reemprender nuestra labor y de poner nuevamente en acción el corazón, el intelecto, las piernas, los brazos, ¡e incluso la lengua! Pero primero la cabeza, a fin de estar bien inspirados en todo cuanto emprendamos: que nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestras sensaciones, nuestras emociones, se vean orientadas por una voluntad superior, por el Espíritu.
Así pues, mirando el sol, procurad encontrar en vosotros ese centro: vuestro propio Espíritu, que es todopoderoso, sabio, omnisciente, amor universal, y acercaros cada día más a él.
Ciertamente, a menudo nos vemos obligados a abandonar el centro, para proseguir las actividades de la periferia. Sí, pero si es bueno saber alejarse del centro en la medida en que ello es necesario, ello no significa que debamos cortar el vínculo con él. Al contrario. Cuantas más actividades realicéis en el mundo, -es decir, en la periferia- más intensamente debéis fortalecer ese vínculo con el centro, con el Espíritu, porque es de este centro de donde recibís la energía, la luz, la paz que necesitáis para llevar a buen término todas vuestras empresas.
Algunos dirán: “¡Pero yo no puedo dejar a mi marido (a mi mujer) para ir a buscar ahora el centro! Estamos juntos, y no vamos a separarnos”. Está bien, seguid juntos, no os separéis jamás. Pero un buen día ya no tendréis nada que ofreceros el uno al otro, porque no habréis hecho nunca nada para renovaros, para enriqueceros: y entonces os separaréis, y ésta ¡será una separación definitiva, sí! ¿Cómo hacer entender a los humanos que el amor verdadero no consiste en permanecer pegados, sin poderse separar ni un segundo? Al contrario, el que quiere conservar su amor sabe que de vez en cuando necesita irse de viaje. Llamad a este viaje: oración, meditación, contemplación, búsqueda del silencio, de la cabeza, del centro, de la Fuente, de Dios... Ese viaje os permitirá traerles regalos a aquellos con los que estáis unidos: marido, mujer, hijos, amigos. Y, ¿cuáles son estos regalos? Una vida más pura, más armoniosa, más poética.
Cerca del sol os vivificáis, puesto que el sol es el fuego de la vida. Cada mañana acercaros al sol diciéndoos que podéis captar una chispa, una llama que esconderéis en vuestro interior y que guardaréis preciosamente como un gran tesoro. Gracias a esta llama, vuestra vida será purificada, sublimada, y aportaréis a dondequiera que vayáis, la pureza y la luz.
Acercándonos al centro, al sol, debemos encender nuestro cirio mediante el pensamiento, y así es como un día el mundo entero se iluminará. Frente al sol, que es tan luminoso, tan brillante, ¿cómo podemos permanecer en la oscuridad?
X - EL VERBO Y LA PALABRA
A través de vuestras plegarias, de vuestras meditaciones, cada día añadís un elemento al edificio, un ladrillo cada día, algo de cemento, una tabla, un clavo, ¡es formidable! ¡Qué alegría sentir que se actúa, que se está avanzando! Pues, ¿qué es la palabra comparada con tales silencios?
La palabra es muy limitada, y la mayoría de las palabras del lenguaje han sido concebidas por seres humanos corrientes, para necesidades corrientes. Existen ciertamente algunos términos para expresar realidades filosóficas o místicas, ¡pero hay tan pocos! Entonces, para comunicar las experiencias espirituales, a menudo callamos, nos expresamos sólo con una mirada o con un gesto, pues sentimos que las palabras son impotentes.
El Verbo pertenece al mundo del espíritu, del pensamiento creativo. Aquél que piensa, crea. Cuando pensáis, en cierto modo ya habláis, y esta palabra silenciosa es activa, mágica: es el Verbo. El Verbo es pues una palabra que no ha descendido todavía al plano físico; está ahí, viva y real, pero inaudible; se manifiesta en el mundo invisible a través de colores, formas, sonidos inteligibles para todos, mientras que la palabra, la que se expresa en el plano físico con sonidos propios de una lengua en particular, sólo puede ser comprendida por aquellos que hablan esta misma lengua. ¡He ahí las dificultades!
El lenguaje universal es el del Verbo. Si habláis interiormente con todo vuestro corazón, con toda vuestra alma, incluso las plantas, los pájaros, los insectos, los planetas, las estrellas, todos os comprenderán, porque el lenguaje del corazón y del alma, es comprendido universalmente en toda la naturaleza.
A menudo la palabra es el origen de todos los malentendidos: no sabemos cómo encontrar las palabras para expresarnos, incluso sucede que ni siquiera conseguimos ver claro lo que hay que decir. La palabra no puede convertirse en algo vivo, poderoso, mientras no se haya dejado impregnar por el Verbo a fin de expresar exactamente lo que el alma y el espíritu viven en ese momento.
Cuando un hombre sufre junto a vosotros sin deciros nada, sentís su dolor. Y cuando está lleno de felicidad, también lo sentís. El sufrimiento y la alegría son un lenguaje que captamos sin necesidad de palabras, y ese lenguaje no engaña.
El Verbo es la síntesis de todas las expresiones de la vida interior del hombre,de todas las emanaciones producidas por sus pensamientos, sus sentimientos. Y, en este sentido, puede decirse que el Verbo se opone a menudo a la palabra. Cuántas veces la palabra en lugar de ser el fiel reflejo de la realidad, es utilizada por algunos para despertar en la gente ciertas reacciones o sentimientos que tienen interés en suscitar para conseguir sus fines: confianza para con ellos, desconfianza hacia los demás, etc.
No pretendo subestimar la palabra, más bien al contrario, mi propósito es mostraros en qué condiciones puede llegar a ser eficaz, mágica. Primero, el pensamiento crea las cosas allá arriba; luego, la palabra las concreta según ciertas líneas de fuerza a cuyo alrededor se ordenan las partículas de materia. Por eso, la palabra es necesaria para la realización de vuestros pensamientos y de vuestros deseos en el plano físico. Sí, pero para que esos pensamientos y esos deseos se realicen por medio de la palabra, previamente debéis conocer una ley. Partamos de una imagen: la palabra es, por ejemplo, como el cañón de un fusil, y el pensamiento o el deseo, la pólvora. Si no ponéis la pólvora en el cañón, aunque apuntéis bien y apretéis el gatillo, no sucederá nada. Ahora bien, si el fusil no tiene cañón, no podréis tampoco dirigir la bala. El cañón da la dirección, y la pólvora la potencia. Hay que tener, en primer lugar, pensamientos y sentimientos poderosos, ardientes, y después, mediante la palabra, darles la orientación deseada. La energía psíquica y la palabra son ambas necesarias.
Sí, no hay que subestimar la palabra, pues también ella equilibra la tensión interior, lo que es muy importante. Cuando rezáis en silencio, cuando meditáis, acumuláis energías psíquicas, y conviene dar salida enseguida a esas energías mediante la palabra. Lo contrario podría generar turbaciones: un exceso de fuerzas acumuladas, demasiadas tensiones, pueden amenazar vuestro equilibrio.
Acostumbraros pues a utilizar la palabra. Cuando sintáis que habéis conseguido entrar en contacto mediante el pensamiento con las más puras energías del mundo invisible, no os detengáis, queda aún una tarea por hacer. Pronunciad en voz alta algunas fórmulas, como: “que así sea en la tierra como en el Cielo”, o bien: “Que el Reino de Dios y su Justicia se realicen en la tierra”. De esta forma, daréis una orientación a esas energías, al tiempo que realizaréis una labor beneficiosa para el mundo entero. El conocimiento de esas leyes, es la base del cultivo espiritual.
Cuando un Iniciado medita en silencio, se recarga, acumula fuerzas, y así cuando toma la palabra, esta palabra es justa, viva. Antes de hablar, hay que unirse al Verbo divino, que es amor y poder. El Verbo es el origen de todo, la fuente de todo, el verdadero poder. Es por ello que la palabra debe siempre subseguir al Verbo. Es preciso que el espíritu esté siempre presente, vigilante: de este modo comprenderéis mejor las cosas y también las expresaréis mejor, sentiréis vivir en vosotros todo aquello que digáis.
XI - LA PALABRA DE UN MAESTRO EN EL SILENCIO
No se puede estar hablando siempre, sin parar, porque ello crearía algunosinconvenientes: resulta cansado para el que habla... ¡y doblemente cansado para quien escucha! El primero acaba agotado, y el segundo saturado. Ni lo uno ni lo otro, son aconsejables. Hablar tiene su utilidad, pero no hablar tiene otra. Cuando alguien os habla, determinadas facultades de vuestro cerebro se ponen en funcionamiento, y cuando se calla, son otras facultades las que entran en juego. Una mujer, por ejemplo, ve a su marido silencioso, pensativo, le mira, e intenta adivinar qué es lo que está pasando por su cabeza: a dónde ha ido, qué le ha sucedido... y de este modo, ella se vuelve más sensible, más psicóloga...
El alma del discípulo ve, siente y graba todo cuanto emana del alma y del espíritu de su Maestro. Si el discípulo no sabe enseguida lo que ha captado su alma, es porque se necesita tiempo para que lo transmita al cerebro y lo imprima en la conciencia. Pero un día u otro, todo ello se manifestará bajo la forma de pensamientos, descubrimientos, reminiscencias, ignorando quizá el origen de este nuevo saber.
En realidad, cada ser humano es, sin saberlo, el depositario de todo el saber del universo. A aquellos que en anteriores reencarnaciones han seguido ya el camino de la Iniciación, les resulta mucho más fácil reencontrar este saber. Les basta con leer u oír ciertas ideas; entrar en contacto con un Iniciado o un Maestro espiritual, para que esas palabras, esta presencia, despierten en ellos un eco, como una reminiscencia. Sí, unas pocas palabras, una presencia, bastan para desencadenar el recuerdo. Ya no necesitarán tanta instrucción o guía, pues ellos mismos consiguen guiarse, e incluso son capaces, de conseguir que de las profundidades de su alma surjan conocimientos que su instructor jamás les reveló.
Naturalmente resulta mucho más difícil para los demás. Algunos de ellos, sin embargo, al oír algunas ideas, tienen el presentimiento de que algo verídico
encierran; no saben que esos conocimientos ya los habían tenido, pero perciben en sí mismos como el murmullo de una voz lejana que les persuade para que los acepten. Mientras que otros (desgraciadamente, la mayoría), oigan lo que oigan, siguen indiferentes y no se mueven. Todo depende, pues, del grado de evolución. Se haga lo que se haga, sean cuales fueran los argumentos o los sistemas filosóficos que se les presente, no hay modo de convencer a los humanos si no están interiormente preparados.
El ser humano necesita ver, oír, relacionarse con otros, e incluso recibir shocks y sufrir, porque está tan inerte, tan embotado, tan inmóvil, que si no recibe impulsos del mundo exterior, si no se le despierta, si no se le zarandea, no haría nada. Es por esto que los instructores, los Maestros, son tan necesarios: gracias a la vida que llevan, a sus vibraciones, a sus pensamientos tan puros y luminosos, esos seres consiguen remover algo de lo que hay en nosotros.
Por lo demás, la labor del Iniciado podríamos compararla al de la naturaleza. ¿Qué hace la naturaleza? No cesa de hablarnos, de dirigirnos mensajes: no utiliza palabras, pero nos habla; el sol, las estrellas, los bosques, los lagos, los océanos, las montañas nos hablan comunicándonos sin cesar algo de su vida, de sus secretos. Estas comunicaciones se graban en nosotros sin que tengamos conciencia de ello. Sin embargo, gracias a ellas se enriquece poco a poco nuestra sensibilidad, y mejora nuestra comprensión. Ignoramos cómo se realiza esta comprensión, pero se realiza. Así es también como nos habla un Iniciado: nos envía corrientes, rayos, partículas. La palabra de un Iniciado en el silencio, es como un bombardeo cósmico.
Supongamos que no habéis podido entrar en contacto con un instructor, pues su cara, sus gestos, su actitud, -sus palabras nada han despertado en vosotros. Pues bien, a pesar de ello prepararon, ya que un día podéis encontrar a otro instructor con quien os sintáis en perfecta afinidad. Si no habéis realizado esta labor previa de preparación, nada ganaréis cerca de él.
Una vez establecido el silencio, estamos en condiciones de recibir la visita de los espíritus luminosos que nos hacen revelaciones. Para decir algo, no es indispensable hablar. Cuando ningún ruido nos distrae ni molesta, estamos preparados para oír voces más sutiles. Por más inaudible que sea, el pensamiento es una voz que puede ser oída y descifrada. Es durante el silencio cuando el alma tiene la posibilidad de aprender, de comprender las realidades espirituales, y yo prefiero hablar a vuestras almas que a vuestros oídos.
Por supuesto, la palabra es de cierta utilidad: sirve para dar explicaciones, aclaraciones, orientaciones, pero esto es todo; ¡y aún, a condición de que los humanos estén dispuestos a dejarse persuadir! De lo contrario, ninguna palabra sirve para nada. Pero cuando, preparados por la palabra, lleguemos un día a sumergirnos en esta profundidad, en esta inmensidad, en esa intensidad del silencio, vosotros mismos veréis y sentiréis que vivís algo mucho más vasto y poderoso.
En los santuarios del pasado, los Iniciados, que conocían la naturaleza humana, no sobrecargaban a sus discípulos con conocimientos, como sucede hoy en las universidades en donde los estudiantes deben memorizar tal cantidad de datos, que ni siquiera tienen tiempo de vivir ni respirar. Los Iniciados decían muy pocas cosas, revelaban algunas verdades esenciales y correspondía a los discípulos meditarlas en silencio, para impregnarse de ellas, para vivirlas.
Mientras que ahora, especialmente en Occidente, la gente carece de la sensibilidad que permite encontrar esta vida contenida en las palabras, para alimentarse, fortalecerse y transformarse gracias a ellas. Sólo tienen en cuenta las palabras, y de esta manera, fríamente, anotan sin haber sentido ni vivido nada. Así pues, pierden el tiempo; no pueden recibir toda esta vida escondida que podría iluminarles, curarles, resucitarles. No es el intelecto, sino el alma y el espíritu los que deben ocupar el primer lugar, y entonces, gracias a algunas palabras que habréis oído, podréis un día viajar por el espacio.
Estáis acostumbrados a profesores, a conferenciantes, de quienes cualquiera puede ver y apreciar su labor. Por el contrario, un Maestro espiritual tiene una actividad que escapa a nuestra comprensión ordinaria, pues ésta se ejerce sobre todo en los planos sutiles. Tanto si da conferencias, como si recibe a gente para reconfortarlas e iluminarlas, en realidad, donde un Maestro espiritual actúa verdaderamente, es en el mundo invisible, con su alma, con su espíritu, con su verbo. Todo su ser se proyecta en el espacio como si se pulverizara, y cada partícula entra como un elemento de luz y de paz en la construcción de la nueva vida.
XII - VOZ DEL SILENCIO, VOZ DE DIOS
Resulta a veces, que ciertas personas se encuentran frente a un ser que les supera en competencia, sabiduría y nobleza, y en lugar de guardar silencio y escuchar, se ponen a hablar o incluso a interrumpirle cuando habla. Pues bien, no es esta una actitud inteligente, porque nada se gana con ello, más bien se pierde. Frente a un ser superior a vosotros, es preferible escuchar. Incluso si no habla físicamente, habla directamente a vuestra alma a través del silencio que habéis creado en vosotros. Cuando el Espíritu divino habla, el cielo y la tierra callan para escuchar su palabra, pues ésta es una semilla que fertiliza.
Quien guarda silencio, demuestra que está dispuesto a escuchar, y por consiguiente, a obedecer. Quien, por el contrario, toma la palabra, demuestra con ello que desea tener la iniciativa, que quiere dirigir, dominar. El silencio es pues lo característico del principio femenino, la sumisión, se amolda al principio masculino. Si debemos conseguir restablecer en nosotros el silencio, es precisamente para dejar que el Espíritu divino trabaje en nosotros. Mientras permanezcamos insumisos, recalcitrantes, anárquicos, el Espíritu no puede guiarnos, y así seguimos débiles, miserables. Cuando conseguimos hacer el silencio en nosotros, nos ponemos en manos del Espíritu, el cual nos guía hacia el mundo divino.
Este estado, sin embargo, que llamamos receptivo, pasivo, no debe confundirse en absoluto con la pereza y la inercia. Sólo es pasivo en apariencia; en realidad, se trata de la mayor actividad que pueda pensarse. Es el estado de aquel que, a base de laborar, de paciencia, de esfuerzo, de sacrificio ha logrado realizar el silencio en sí mismo, y gracias a este silencio comienza a oír la voz de su alma que es la voz de Dios.
Debéis comprender el silencio como la condición absoluta para recibir la palabra verdadera, las verdaderas revelaciones. En ese silencio, sentís que paulatinamente os llegan mensajes, una voz que empieza a hablaros. Ella es quien os previene, dirige, la que os protege... Si no la oís, es porque hacéis demasiado ruido, no sólo en el plano físico, sino también en vuestros pensamientos y sentimientos. Para que esta voz os hable, es imprescindible instalar el silencio en vosotros. A esta voz se la llama con frecuencia “la voz del silencio”, incluso este es el título de algunos libros de la sabiduría oriental. Cuando el yogui consigue apaciguarse, e incluso parar su pensamiento -pues también el pensamiento hace ruido en su movimiento- entonces oye esta voz del silencio, que es la voz misma de Dios.
Poseemos un tercer ojo situado en el centro de la frente, tenemos también un tercer oído situado en la garganta al nivel de la glándula tiroidea. Los oídos están estrechamente unidos a Saturno, el planeta de la soledad, del recogimiento y de la introspección.
Todos sabemos que cuando necesitamos reflexionar para tomar una decisión, nos alejamos y cerramos la puerta porque es en el silencio donde tenemos más posibilidades de encontrar una solución. Pero incluso en ese silencio, todos podemos sentirlo, hay a menudo ruido, porque el interior de los seres humanos se parece a una plaza pública en donde una gran cantidad de gente se manifiesta a la vez para presentar sus reivindicaciones. Y esa es la razón por la que resulta siempre tan difícil recibir la verdadera respuesta a las preguntas que nos hacemos, esa respuesta que viene del Cielo, de la región del silencio. Sí, por más que nos aislemos, nunca estamos solos ¡hay tantos habitantes instalados en nuestro interior!
Estáis habitados por infinidad de entidades, y en particular, por espíritus familiares: los de los seres de vuestra familia que se han ido ya al otro mundo, y también de los que todavía viven. Todos ocupan una parte de vuestro ser: los que gustan de la bebida, los que quieren realizar negocios, los que buscan los placeres, están ahí, empujando para satisfacer sus variados deseos. Y al cabo de un tiempo cedéis... ¡a pesar del silencio!
El discípulo tiene otra forma de laborar; no se contenta con aislarse del ruido exterior, procura además acallar a todos aquellos que gritan, amenazan y exigen en su interior. Les dice: “Ahora, callaos”. Y en ese gran silencio, oirá una voz, pero una voz muy dulce, muy débil... Esta voz interior habla incesantemente en cada uno de nosotros, pero es muy suave, y son necesarios muchos esfuerzos para distinguirla en medio de toda clase de ruidos ... Como si se tratara de seguir la melodía de una flauta entre el estrépito de los tambores y los grandes timbales. Es preciso aprender a escuchar esa dulce voz que habla en nosotros. “Ten paciencia con este ser... Aprende a dominarte... Esfuérzate...” La voz de Dios no hace ruido, para oírla hay que estar muy atento.
También el profeta Jonás oyó la voz de Dios, que le dijo: “Ve a Nínive y diles que destruiré la ciudad porque no me han obedecido”. Pero Jonás, atemorizado, no quiso ir a Nínive, y se embarcó en un navío que partía hacia Tarsis. Estando en alta mar, se alzó una gran tempestad. Estaban todos aterrorizados, y decidieron echar a suertes quién había atraído la tempestad. La suerte señaló a Jonás, quien fue arrojado al mar. Una ballena se lo tragó, y permaneció tres días en su vientre. Allí pudo reflexionar, y al fin dijo: “Perdóname Señor, ahora voy a cumplir lo que me pides”. Entonces fue vomitado por la ballena, y así se salvó... Como a Jonás, así le sucede a quién los caprichos y los temores le impiden oír la voz del Señor: encuentra ballenas y permanece en su vientre varios días hasta que, apaciguado el alboroto, acaba por oír esa voz. ¡Cuántas ballenas no habréis encontrado ya vosotros a lo largo de vuestra vida! Sí, ballenas de todos los tamaños y colores...
Si estuvierais más atentos, si tuvierais mayor discernimiento, sentiríais que antes de realizar alguna empresa importante de vuestra vida (ya se trate de un viaje, una actividad, una decisión a tomar, etc.) una suave voz os aconseja. Pero no ponéis atención en ella porque preferís el alboroto y las tempestades. Sin embargo, debéis saber que cuando os hablan los seres superiores, sólo os dicen algunas pocas palabras, y con voz casi imperceptible.
Dios habla de forma muy tenue, y sin insistir. Dice las cosas, una, dos, tres veces, y luego calla. Tampoco la intuición insiste mucho más, y si no escucháis atentamente, si no discernís esta voz porque sólo sois capaces de oír el ruido, os sentiréis perdidos constantemente. La voz del Cielo es extremadamente suave, tierna, melodiosa y breve, y hay criterios para reconocerla. Sí, la voz de Dios se manifiesta de tres maneras: a través de una luz que nace en nosotros; por una dilatación, un calor, un amor que sentimos en nuestro corazón; y finalmente, por una sensación de libertad que experimentamos, junto a la decisión de llevar a cabo acciones nobles y desinteresadas. Permaneced pues atentos...
Debiendo tomar una decisión importante, sólo en el silencio de los pensamientos y de los sentimientos recibiréis la respuesta del Yo superior, del Espíritu. Ese silencio, es la fuente de la claridad. El silencio, es la paz, la armonía, el silencio es vivo, es vibrante, habla y canta. Gracias a la contemplación, la oración, la meditación, llegaremos un día a oír la voz del silencio.
XIII - LAS REVELACIONES DEL CIELO ESTRELLADO
La vida moderna está organizada de tal forma, que los humanos pierden cada vez más el contacto con la naturaleza, sobre todo en las ciudades, donde a menudo ya no se percibe ni el cielo; y si se percibe, nadie piensa en mirarlo. Atrapados, preocupados por los problemas materiales, los humanos desvían cada vez más su atención hacia la tierra. Sí, se ve el sol, pero no lo miran. ¿Y cuántas personas disponen aún del tiempo suficiente para contemplar la noche, el cielo estrellado?
Ya sé que las condiciones de la existencia no favorecen demasiado la contemplación de las estrellas, pero siempre que tengáis ocasión, pensad en consagrarle algunos minutos... Imaginad que en el silencio de la noche abandonáis la tierra, sus luchas, sus tragedias, y que os convertís en un ciudadano del cielo. Meditad sobre la belleza de las estrellas, sobre la grandeza de los seres que las habitan. A medida que ascendéis por el espacio, os iréis sintiendo aligerados, liberados, pero sobre todo, descubriréis la paz, una paz que penetrará, poco a poco en todas las células de vuestro ser. Meditando sobre la sabiduría que ha creado esos mundos, y los seres de los que son un reflejo, sentiréis cómo vuestra alma desarrolla antenas muy sutiles que le permiten comunicarse con ellos. Estos son unos momentos sublimes que no se olvidan jamás.
Al pensar en el infinito, en la eternidad, empezaréis a sentir que planeáis por encima de todo, que ya nada puede alcanzaros, ninguna pena, ninguna tristeza, ninguna perdida, porque otra conciencia se despierta en vosotros; juzgaréis y experimentaréis las cosas de modo diferente. Ese es el estado de conciencia de los Iniciados y de los grandes Maestros: aun cuando se les haya lastimado o engañado, aun cuando se les haya infligido algún daño, nada de todo ello puede afectarles, pues están por encima de estas cosas.
Acostumbraros, pues, en las noches serenas, a mirar las estrellas y a beber esa paz que desciende lentamente del cielo estrellado. Uníos a cada una de ellas, y al igual que un alma viva, inteligente, cada una os dirá una palabra. Intentad encontrar una con la que sintáis afinidades particulares, uníos a ella, imaginad que vais hacia ella, o que ella viene a hablaros... Los astros son almas altamente evolucionadas. Escuchando su voz, hallaréis la solución a numerosos problemas, os sentiréis iluminados y tranquilos.
Todos los grandes Iniciados se han instruido contemplando el cielo nocturno, su alma entraba en comunión con las estrellas, y esos centros de fuerza inagotables les enviaban mensajes que transmitían luego a los humanos. La guerra existirá siempre en el universo, pues es el principio de Marte que está siempre ahí, (es decir, la necesidad de compararse con los demás, de demostrar ser el más fuerte), pero su influencia cambiará de naturaleza y de manifestación: en lugar de emplear armas mortíferas, las criaturas no cesarán de lanzarse rayos de luz y de amor. Eso es lo que también he aprendido de las estrellas: que es posible declararse la guerra con el amor y la luz.
XIV - LA CÁMARA DEL SILENCIO
Cuando le preguntan a un sabio qué es Dios, calla, responde con el silencio porque sólo el silencio puede expresar la esencia de la Divinidad. Ciertamente no basta con decir lo que es Dios, como tampoco decir lo que no es. Decir que Dios es amor, sabiduría, poder, justicia... es cierto, pero en realidad estas palabras apenas rozan la realidad divina, no pueden expresar el infinito, la eternidad, la perfección de Dios. No se conoce a Dios hablando u oyendo hablar de El, se Le conoce intentando penetrar profundamente en uno mismo, a fin de llegara esa región que es precisamente el silencio.
El verdadero silencio no es solamente ausencia de ruido. El verdadero silencio está por encima de la sabiduría, por encima de la música, es el mundo más luminoso, el más poderoso y bello, el centro de donde surgen todas las creaciones. Ese silencio es Dios mismo. Hay que unirse a él a menudo, sumergirse en él esforzándose incluso en detener el pensamiento. En medio de ese silencio, os invadirá una paz extraordinaria, y es posible incluso que Dios os hable. Pues solamente en el silencio y la paz, Dios accede a hablar.
Entrar en el silencio es, por consiguiente, una actividad que se sitúa más allá de los cinco sentidos, más allá del sentimiento e incluso del pensamiento. Cuando se alcanza esa región del silencio, se nada en un océano de luz, se vive la verdadera vida intensa, abundante. Algunas personas han realizado esta experiencia del silencio, tras grandes consternaciones o sufrimientos, después de crueles pérdidas. Como si el golpe recibido les hubiera proyectado fuera de sí mismas, allí donde vela esa entidad que la Ciencia Iniciática llama precisamente “Lo Silencioso”.
Para alimentar sentimientos inspirados por el amor divino, pensamientos inspirados por la sabiduría divina, para vivir estados de conciencia superiores, hay que esforzarse. Esos esfuerzos son el desinterés, el desapego, la renuncia... Solamente bajo esas condiciones es posible penetrar en la región del silencio.
Realizar el silencio es en cierto modo hacer el vacío en uno mismo, y es en ese vacío donde se obtiene la plenitud. Si, porque en realidad el vacío no existe. Si vaciáis el agua de un recipiente, entrará aire, si vaciáis el aire, entrará éter... Cuando intentamos hacer el vacío, la materia es substituida cada vez por una materia más sutil. Del mismo modo, cuando logramos expulsar los pensamientos, los sentimientos y los deseos inferiores, irrumpe la luz del espíritu: a partir de ese momento, vemos y sabemos.
El silencio es la región más elevada de nuestra alma, y en el momento en que logramos llegar a esa región, entramos en la luz cósmica. La luz es la quintaesencia del universo, todo cuanto vemos a nuestro alrededor, e incluso lo que no vemos, está atravesado e impregnado de luz. Y precisamente, la finalidad del silencio es la fusión con esa luz que es viva, poderosa y que penetra toda la creación.
Procurad tener en vuestra casa una habitación, por pequeña que sea, para dedicarla, precisamente, al silencio; que sea de colores agradables, decorada con algunos cuadros simbólicos o místicos. Consagradla al Padre Celestial, a la Madre Divina, al Espíritu Santo, a los ángeles y a los arcángeles; no dejéis entrar a nadie, ni siquiera vosotros mismos, si no sois capaces de hacer el silencio en vuestro interior, a fin de oír la voz del Cielo. De este modo daréis a vuestro espíritu, a vuestra alma, las posibilidades de expandirse y de atraer bendiciones que podréis luego distribuir a vuestro alrededor. Si aprendéis a conservar verdaderamente una buena actitud, algo armonioso emanará de las paredes y de los objetos de esta habitación, que atraerá a las entidades luminosas, pues dichas entidades se alimentan de armonía. Y si cuando estáis tristes o desanimados, entráis en esta habitación, como estará llena de buenos amigos que sólo esperan consolaros y ayudaros, al cabo de poco tiempo, os sentiréis totalmente restablecidos.
Pero a medida que vayáis preparando esta habitación del silencio, sed conscientes de que la preparáis también en vuestro interior, en vuestra alma y en vuestro corazón. Y entonces, dondequiera que os encontréis, incluso en medio del tumulto, podréis entrar en esta habitación interior para hallar en ella la paz y la luz. Vivimos en dos mundos al mismo tiempo: uno visible y el otro invisible, material y espiritual; por ello es aconsejable disponer de esta habitación del silencio dentro y fuera de uno mismo, y conservarla al abrigo de influencias maléficas.
Una vez tomada la decisión de entrar en esta vía del silencio, no os preocupéis por el tiempo que necesitéis para recorrerla. Lo esencial es vuestra decisión de entrar en esta vía y de perseverar en ella hasta escuchar la voz de Dios.
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