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miércoles, 21 de septiembre de 2011

EL UNIVERSO ES EL TEMPLO DEL CONOCIMIENTO


  

Osho. 

El que no es capaz de conocer a Dios en su interior nunca puede conocerlo de ningún otro modo. El que no ha reconocido todavía a Dios dentro de su propio yo, no es capaz de reconocerlo en los demás. El yo es lo más próximo que tenemos; cualquiera que esté a cierta distancia de nosotros estará más lejos de nosotros que el yo. Y si no somos capaces de ver a Dios en nuestro propio yo, que es lo que tenemos más próximo, tampoco podremos verlo de ninguna manera en los que están lejos de nosotros. Debemos conocer a Dios en primer lugar en nuestro propio yo; conozcamos primero lo divino: es la puerta más próxima.

La persona que entra de pronto en su yo encuentra de pronto la entrada al Todo. La puerta que conduce al propio yo es la puerta que conduce al Todo. En cuanto una persona entra en su yo, descubre que ha entrado al Todo, porque, aunque somos diferentes externamente, internamente somos unidad, somos Todo.

Externamente, todas las hojas son diferentes entre sí. Pero si una persona fuera capaz de penetrar en una sola hoja, llegaría a la fuente del árbol, donde todas las hojas están en armonía. Cada hoja, vista por separado, es diferente; pero cuando conozcamos sola una hoja en su interioridad habremos llegado a la fuente de la que emanan todas las hojas y en la que se disuelven todas las hojas. El que entra en su yo entra, simultáneamente en el Todo.

La diferencia entre “tú” y “yo” sólo se mantiene mientras no hayamos entrado en nuestro propio yo. El día en que entremos en nuestro yo, desaparece el yo, y también el tú. Lo que queda entonces es el Todo.

En realidad, “el Todo” no significa la suma del tú y el yo. El Todo es donde nos hemos disuelto tú y yo, y lo que queda después es el Todo. Si el yo no se ha disuelto todavía, entonces podemos sumar “yos” y “tús”, pero el total no será igual a la verdad. Aunque sumemos todas las hojas, no aparece un árbol, aunque se le hayan sumado todas las hojas. El árbol es algo más que la suma de todas las hojas. Cuando sumamos una hoja a otra, estamos suponiendo que cada una es independiente. Pero un árbol no está compuesto de hojas independientes, en absoluto.

Así pues, en cuanto entramos en el yo, éste deja de existir. Lo primero que desaparece cuando entramos en el interior es la sensación de ser una entidad independiente. Y cuando desaparece esa “yo-idad”, también desaparecen la “tú-idad” y la “otridad”. Lo que queda entonces es el Todo.

Ni siquiera es correcto llamarlo “el Todo”, porque “el Todo” tiene también la connotación del viejo “yo”. Por eso, los que saben no quieren siquiera llamarlo “el Todo”. Ellos dirían: que sólo queda el Uno, la Unidad. Y los que tienen una comprensión más profunda no dicen siquiera que queda el Uno; dicen que queda, la No Dualidad. 

Si miramos dentro y vemos lo que hay allí, la primera persona que desaparecerá seremos nosotros mismos: dejaremos de existir cuando vayamos a nuestro interior. Descubriremos que nuestro yo era una ilusión y que ha desaparecido, que se ha desvanecido. En cuanto echamos una ojeada al interior, lo primero que desaparece es el yo, el ego. En realidad, la sensación de que “yo soy”, sólo persiste hasta que hemos mirado dentro de nosotros mismos. Y si no miramos dentro es, quizás, por miedo a que, si lo hiciésemos, podríamos perdernos.

Cuando vemos a un hombre que hace girar una antorcha que tiene en la mano hasta que ésta forma un círculo de fuego. En realidad, no hay tal círculo; lo único que sucede es que cuando la antorcha gira con gran velocidad produce, vista desde lejos, la apariencia de un círculo. Si la vemos de cerca, descubriremos que no es más que una antorcha que se mueve rápidamente, que el círculo de fuego es falso. Del mismo modo, si pasamos al interior y miramos con cuidado, descubriremos que el yo es absolutamente falso. Así como la antorcha que se mueve rápidamente produce la ilusión del yo. Ésta es una verdad científica, y deberíamos de comprenderlo. 

Las partículas de la materia se mueven a una gran velocidad ; y las partículas no son materia, son energía eléctrica que se mueve rápidamente. La materia parece densa por las partículas de electricidad que se mueven rápidamente. Toda la materia es un producto de la energía que se mueve rápidamente: aunque parece que existe, en realidad no existe. Del mismo modo, la energía de la conciencia se mueve muy deprisa y, por ello, se crea la ilusión del yo.

Existen dos tipos de ilusiones en el mundo: la primera es la ilusión de la materia; la segunda es la ilusión del yo, del ego. Ambas son básicamente falsas, pero sólo acercándose a ellas se hace uno consciente de que no existen. Cuando la ciencia se va acercando a la materia, la materia desaparece; cuando la evolución nos acerca al yo, el yo desaparece. La evolución espiritual ha descubierto que el yo no existe, y la ciencia ha descubierto que la materia no existe. Cuando más nos acercamos, más nos desengañamos.

Por eso es bueno ir dentro; miremos de cerca: ¿hay algún yo dentro? No les pido que crean que ustedes no son el yo. Si lo creen, se convertirá en una creencia falsa. Lo que sugiero es que pasemos dentro, que miremos, que reconozcamos quienes somos. El que mira dentro y se reconoce a sí mismo descubre: “Yo no estoy” En tal caso, ¿quién está dentro? Si yo no estoy, entonces debe estar allí algún otro. El hecho de que “yo no estoy” no significa que allí no esté nadie, porque tiene que haber alguien allí, aunque sólo sea para que reconozca la ilusión.

Si yo no estoy, ¿quién está allí? La experiencia de lo que queda después de la desaparición del yo, es la experiencia de Dios. La experiencia se vuelve expansiva inmediatamente al dejar caer al yo, también cae el “tú”, también cae el “él”, y sólo queda un océano de conocimiento. En este estado solo está Dios, nuestra parte divina, la unidad.

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