domingo, 4 de septiembre de 2011

El Maestro Philippe de Lyon, un "Soldado del Cielo", por Carmelo Ríos


 


Prácticamente desconocido para el gran público, Philippe de Lyon, quien llegó a ser conocido como elPadre de los Pobres, fue un terapeuta extraordinario de los cuerpos y de las almas, benefactor de los más humildes, y a su vez consejero de jefes de estado, de reyes y de zares, pero trataba a unos y a otros con la misma bondad y afecto. Un simple padre de familia que fumaba en pipa y que vivía como un hombre normal, pero a cuyos pasos florecían los milagros, los hechos prodigiosos, las curaciones espontáneas, y en cuya presencia se manifestaban las más extraordinarias expresiones visibles e invisibles de la Providencia.
Nizier Anthélme Philippe vino al mundo en Rubathier, Loisieux, en la Savoya francesa, el miércoles 25 de abril de 1849. Durante el embarazo, su madre, María, había visitado a Jean Marie-Baptiste Vianney, el santo Cura de Ars, un hombre milagroso que de la nada hacía aparecer alimentos que se multiplicaban para socorrer a los huérfanos, y que materializaba agua para aliviar la sed de un ser sufriente, quien le predijo la llegada al mundo de un alma muy avanzada.

Los fenómenos extraños pronto hicieron su aparición ante la presencia de Philippe, y ya en el alumbramiento, la madre, sin sentir el menor dolor, cantó y rió mientras en sus manos sostenía una rama de laurel. Una gran tormenta estalló en el instante mismo de la llegada del niño. Después, una estrella fugaz surcó el firmamento, tal vez la misma que fue vista el día de su bautizo. Sus padres, José y María, tuvieron cinco hijos.

El párroco de la aldea se inquietaba por los pequeños “milagros” que se manifestaban en la cercanía del pequeño y decía que “ese niño estaba mal bautizado”, pues materializaba dulces, curaba el dolor de cabeza con solo tocar levemente a la gente y con cinco años, trabajando ya como pastor, trazaba un círculo con una rama en el suelo alrededor del rebaño del cual ninguna a oveja podía salirse, y tampoco ningún lobo acercarse, símbolo evidente de su posterior misión como pastor divino.

A los catorce años se fue a vivir a Lyon, donde, simultáneamente a sus estudios en la institución Santa Bárbara, ayudaba a su tío el señor Vachod, en su carnicería. Éste era un hombre de grandes cualidades humanas, y muy compasivo, que ejercía la caridad como religión personal, pero incrédulo en lo referente al espíritu. De él diría el Maestro años más tarde que “de haber creído, hubiera sido un hombre perfecto”. Moribundo, recibió la visita de Philippe, quien poniendo un dedo en su frente le dijo: «¡No has creído... mira ahora!»

El Maestro Philippe era pequeño de talla, corpulento y de aspecto muy sencillo. Sus cabellos eran negros y finos. Sus ojos de clarividente eran de un marrón variable. Tenía la mirada profunda de los que han sufrido mucho. Todas las penas y las tristezas de este mundo, pero también toda la belleza de la vida universal se hallaban escritas en su mirada.

Durante los años 1874 y 1875, Philippe se inscribió en la facultad de medicina y farmacia de la ciudad, a la vez que dirigía un gabinete de sanación donde atendía gratuitamente a enfermos de humilde condición, a menudo desahuciados por la ciencia. Los doctores no veían con buenos ojos las sorprendentes cualidades terapéuticas del joven, sobre el que circulaban inquietantes rumores de haber curado totalmente a enfermos que ellos no habían sabido tratar.

Un día, Philippe encontró a un enfermo llorando en una cama de hospital, ya que al parecer, le iba a ser amputada una pierna al día siguiente. El Maestro le aseguró que tal operación no tendría lugar y le hizo prometer no decir nada a nadie. Al día siguiente, los cirujanos, perplejos, constataron que la pierna enferma se hallaba en vías de curación. A las preguntas de los doctores, el enfermo respondió: «Fue aquel hombre moreno de allí...». Aquella milagrosa curación atrajo sobre Philippe aún más dudas y un creciente resentimiento por parte de los médicos.

En otra ocasión visitó a tres soldados enfermos afectados de fiebres tifoideas, a tal punto, que los doctores aguardaban su muerte de un momento a otro. Acercándose a ellos y en voz baja, Philippe les dijo: «Se os considera como perdidos, pero no va a ser así. Los tres vais a curaros. Mañana entrareis en convalecencia». Y así fue. Los médicos supieron que una vez más el estudiante Philippe había pasado por allí y realizaron más averiguaciones sobre la extraña reputación del joven sanador.

Pronto provocaría las iras de los médicos y como consecuencia, fue expulsado de la facultad de medicina “por utilizar medicina oculta y charlatanería”, acusándole a su vez de estafador, de superchería y de “uso del ocultismo”. A lo largo de su vida conocería todo tipo de persecuciones y denuncias por parte de la clase médica, que le enviaban espías y falsos pacientes, que Philippe descubría siempre y reenviaba con una sonrisa de vuelta al remitente, y como el Gran Cagliostro (de quien se ha dicho que Philippe era la reencarnación) les diagnosticaba irónicamente: “Exceso de bilis en los doctores de la facultad”.

Sin embargo, no fueron pocos los médicos que con el paso del tiempo se sintieron atraídos por el Maestro Philippe, y se hicieron sus incondicionales colaboradores, admiradores o discípulos, e incluso algunos de sus antiguos detractores le enviaban- secreta o discretamente-a los pacientes que humildemente se sentían incapaces de curar.

SESIONES DE CURACIÓN
El Maestro Philippe reunía cada día, mañana y tarde, en su casa de la Rue Tête d ́Or, en Lyon, a enfermos (¡a veces más de ciento cincuenta¡) del cuerpo, del corazón y del alma que venían de todas partes a pedir su ayuda, así como fieles devotos y algunos discípulos. Todas las séances eran gratuitas, y si se realizaba alguna donación, ésta era repartida al final de la sesiones entre los numerosos pobres que se reunían en el umbral de su puerta. El único sistema “terapéutico” utilizado en esas sesiones era la oración, ya que Philippe proscribía cualquier forma de ocultismo, adivinación, magnetismo (“mesmerismo”) o de magia, a las que consideraba innecesarias, dañinas y contrarias a la Ley Divina. Por otra parte, algunos de sus más cercanos discípulos, como los doctores Gérard Encause, Enmanuel Lalande o Paul Sédir, habían sido grandes practicantes de las ciencias ocultas y la magia ceremonial como seguidores de Saint-Yves D ́Alveidre y de Eliphas Levi, pero debido a la bienhechora influencia del Maestro y a la evidencia de su doctrina, abandonaron definitivamente esas vías para consagrase en cuerpo y alma al servicio del “Cristo Vivo”.

Según los relatos de los testigos, una atmósfera luminosa, inexpresable y espiritual se respiraba en estas sesiones, donde todo era posible para la Divina Providencia encarnada en Philippe. Pero él mismo a menudo diría:

«Yo nada puedo, sólo hago pedir a Dios y vosotros no podéis sentir alivio alguno en esta sala, ya sea para vuestras enfermedades o para aligerar el fardo que tanto pesa sobre este triste mundo, si no hacéis algo para el Cielo. Aquél que no ha hecho obras meritorias nada puede esperar, de igual forma que no podéis siquiera ser escuchados.»

Con una paternal bondad oía las palabras de los que a él acudían, tocaba las fotografías de enfermos ausentes, tomaba las cartas de los allí reunidos, llenas de peticiones de ayuda, de interrogantes, de votos, de súplicas, que él arrojaba al fuego de la chimenea conociendo el contenido profundo de cada una de ellas. Una mirada, una sencilla palabra, un leve toque de su mano eran suficientes para que el Maestro sondeara en la profundidad de los siglos pasados, conociendo las causas olvidadas de los efectos en el presente, visibles a menudo en el sufrimiento físico y moral de los asistentes. Sus ojos escrutaban los pensamientos más ocultos y los hondos sentimientos de los corazones, y veía con claridad su pasado, su presente y su futuro; sus tristezas, su dolor, sus errores, sus problemas más íntimos y la historia milenaria del alma de cada participante.

Se vio a hombres orgullosos, “duros y severos”, incrédulos, intelectuales o “racionalistas”, que iban a las sesiones por curiosidad, para mofarse o desacreditarle, derrumbarse, caer de rodillas y verter lágrimas desesperadas cuando el Maestro les revelaba oscuros acontecimientos de sus pasados, demostrando sobre el terreno los orígenes de cada sufrimiento, que como un padre, jamás juzgaba-pues el Padre jamás nos juzga-decía siempre- sino más bien comprendía e indultaba a todos aquellos hijos pródigos en nombre del Cielo y del Secreto Amigo en cuyo ejercito de luz militaba.

En una de las sesiones, un hombre de aspecto arrogante hacía en voz alta observaciones burlonas y maliciosas, mientras el Maestro hablaba: «Es preciso ser idiota para creer en todas estas tonterías!» -decía- y otros comentarios del mismo género. Pasando cerca de él en su recorrido, el Maestro le rogó acompañarle a una habitación contigua. Allí le dijo: «¿Por qué tal día, a tal hora, estrangulaste a aquella mujer?,

¡yo estaba a tu lado!» El hombre cayó de rodillas suplicando a Philippe que no le entregara a la policía.«¡A condición de que cambies tu vida y sigas tu religión!» -respondió el Maestro- «Si sigo mi religión, deberé confesarme», dijo el desconocido «¡Ya te has confesado a mí, es suficiente!», terminó diciendo Philippe y el hombre se fue llorando.

En una ocasión una familia vino a instalarse cerca del pueblo donde él vivía. Dicha familia se hallaba formada por una anciana mujer, una madre y dos hijos. Todos vivían en la más lúgubre pobreza, hasta el punto, que la misma vida de todos ellos corría peligro. La comunidad entera se prestaba a auxiliar a la familia. Los discípulos del Maestro se interrogaban del porqué de su aparente indiferencia hacia esta familia; por qué no mostraba ninguna compasión hacia ellos, siendo que su vida entera estaba dedicada a ayudar y a curar a los pobres seres humanos.

Uno de sus más allegados no pudo evitar el interrogar al Maestro al respecto. Éste, silenciosamente, condujo al discípulo a una habitación contigua, le hizo cerrar las cortinas y mirar fijamente hacia la pared. Con terror y asombro, vio proyectada en el muro la visión de una anciana y de una joven que hacían morir de hambre a otra mujer para poder quedarse con todos sus bienes. Comprendió que aquellas mujeres eran las pobres damas de la vecindad. En la pared de aquella habitación, vio como ellas habían aceptado voluntariamente su estado actual para poder compensar su deuda kármica, pasando por la misma situación que ellas habían creado en una vida anterior.

Cuando la escena se hubo desvanecido, el Maestro dijo: «No te inquietes, el Cielo ha dispuesto que dos seres de luz -los hijos de la mujer joven- vengan a salvar a esa familia del destino horrible que les aguarda. Esos niños llevaran adelante el hogar con sus trabajo y su sacrificio.»

CURACIONES MILAGROSAS
Jean Baptiste Ravier nos cuenta esta historia:
“Dos carpinteros se entregan a la fabricación de un pequeño ataúd, pues un niño de la vecindad acaba de morir. Dos doctores salen de un viejo inmueble, hablando entre ellos y reconociendo que nada han podido hacer para salvar su vida, que su ciencia es todavía muy débil, justo en el momento en que Philippe y uno de sus discípulos llegan a la casa.
Uno de los doctores le dice a Philippe: “Ha muerto ya hace horas ¡Nos ha costado mucho tiempo encontrarte¡ Entró antes en coma... ¿sabes lo que es un coma?” Y Philippe les responde: “No es nada, no es nada, démonos prisa”. La madre del fallecido les dice que ya es demasiado tarde, pues hace más de dos horas que su hijo ha muerto. Philippe asciende la escalera que lleva al dormitorio de arriba y entra en la habitación.

Nizier Philippe se santigua, hace sentarse a todos, busca por la habitación a la señora Chapas y le pregunta: ¿Me entregas a tu hijo ahora? Ella le responde:””, sin comprender lo que ocurre; entonces Nizier Philippe se acerca a la cama, se concentra de pie y dice: “¡Juan, te entrego tu alma¡”. Y lo incomprensible se produce. El difunto, blanco, retoma rápidamente su vivo color, ve a Nizier Philippe y le sonríe. Emoción y alegría entre los asistentes. Yo asistí a aquella escena. Desde ese día memorable, jamás dejé ya al Maestro Philippe” (1)
Cabe decir que el pequeño resucitado era Jean Chapas, un hombre de excepcional sabiduría y humildad, quien llegaría a convertirse en el principal discípulo del Maestro y continuador de sus sesiones de curación, y de quien diría Philippe que “era el más grande porque era el más pequeño.También afirmaba que al “caporal” Chapas (el “cabo” como él lo llamaba) podían pedirle que realizara curaciones, peticiones y “milagros que a él mismo el Cielo le negaría”.
En la medicina suprema del Maestro Philippe, extraída línea a línea del Evangelio y de las propias palabras del Divino Reparador, no había lugar para ningún método de terapia convencional, ni energética, ni vibratoria, ni para el magnetismo, la magia o la aplicación de una ciencia oculta. El camino de la verdadera y definitiva curación consistía, fundamentalmente, en el olvido de sí mismo, en la muerte en vida del propio ego, en la derrota final del egoísmo y del miedo, cuyas tendencias malignas y destructivas son la causa de todo el sufrimiento individual y colectivo de los seres.

Si se trataba de imitar a Cristo, no era como a un personaje histórico, sino como a una presencia viva. Actuar como Cristo lo haría -como Cristo lo hace- en medio de la vida misma y ser el medio de expresión de Su Luz, de su Amor y de Su Vida. Y para Philippe y cuantos verdaderamente poseían el germen de una auténtica búsqueda trascendental, sólo había un camino: el amor y la renuncia al egoísmo.

Pero el Maestro Philippe realizaba también curaciones menos visibles: desgarros del corazón, tormentos del espíritu, sufrimientos morales y espirituales. Como un Ángel Rescatador, se arrojaba literalmente a las turbulentas aguas del dolor y del sufrimiento humano, y salvaba física, moral y espiritualmente a los seres de naufragios emocionales, de varamientos espirituales, de tempestades en el alma.

“Una noche-nos cuenta Alfred Hael- al regresar de su laboratorio, tras haber atravesado el puente Morand, me rogó que aguardara unos instantes. Encendió su pipa y descendió a la orilla del Rhône. Allí se dirigió hacia tres hombres quienes se hallaban deliberando una mala acción que deseaban realizar. Viéndolo caminar hacia ellos, se creyeron descubiertos por la policía y, cuando el Maestro les interpeló, comenzaron a negarlo todo. ¡No lo neguéis! -les dijo- ¡Eres tú quien ha tenido la idea! Respondieron que estaban solos, sin trabajo y en la mayor miseria. Entonces, el Maestro Philippe, les prometió traerles al día siguiente, en una cita ya fijada, la suma necesaria para que se establecieran. No teniendo el dinero, se vio obligado a pedirlo prestado. Estos hombres se establecieron más tarde y, según el propio Maestro, jamás hubo comerciantes más honestos”. (2)

Algunos relatos afirman que Philippe se aparecía en situaciones límite de intentos de suicidio, de delitos e incluso de asesinatos, deteniendo la intención auto- destructiva, los planes malignos o la daga mortífera. Para él, todo aquello no era engendrado sino por la ignorancia o la miseria que se esforzaba en aliviar de todas las formas posibles, visibles o invisibles, mucho más allá de lo humanamente concebible. ¡Vieron al Maestro curar a distancia con su sola palabra al hijo moribundo de un juez que esa misma mañana le había condenado por ejercicio ilegal de la medicina!

Su “doctrina”, en la línea exacta del verdadero cristianismo, se basaba en el Amor, en el perdón, en el silencio de los defectos o errores de los demás, en la amnesia voluntaria del mal ajeno, en la práctica del bien, de la humildad, de la misericordia y de la bondad, en ser una providencia para cuantos se nos acerquen, y en resumen, en “hacer el mal a plena luz del día y el bien en la oscuridad”- según sus propias palabras. Su propia familia vio a Philippe ante los tribunales en diversas ocasiones, acusado de ejercicio ilegal de la medicina por los celosos doctores de la ciencia que nunca entendieron la causa de la devoción que le profesaban los enfermos, ni ese milagroso poder espiritual que desafiaba a toda inteligencia, basado simplemente en la fe y la eficacia de la compasión.

Pero en ocasiones también desplegaba una poderosa energía espiritual cuando se trataba de defender a un inocente o proteger al débil. En una ocasión, una vez más acusado por sus prácticas pseudos-ocultistas tachadas de supercherías, escucharon en los tribunales las calumniosas acusaciones y difamaciones vertidas sobre el Maestro, y atónitos, vieron como éste, silencioso, no se defendía. Pero semanas más tarde, cuando asistieron al juicio de un pobre curandero de la comarca, también vieron a un Philippe pleno de potencia espiritual. Ante la presencia de numerosos testigos ¡el jurado perdió la voz y las letras de la acusación se borraron en el papel!.

MEDICINA DIVINA
Todo tipo de hechos milagrosos y extraordinarias anécdotas de curaciones jalonaron la vida y la obra de este Soldado del Cielo. La inexplicable curación de un enfermo desahuciado a cambio de unos días o incluso de unas pocas horas sin hablar mal del prójimo. La redención de graves errores pasados, cuyas consecuencias eran visibles en la triste existencia y en la salud física y moral de aquellos que se le acercaban, a cambio de una oración, de la privación de un simple deseo material, por la renuncia a una querella legal, por el perdón de una deuda, por el olvido de una ofensa. Tal era la medicina del almaque Philippe de Lyon prescribía a los miles de enfermos del cuerpo o del espíritu que, afligidos, llamaban a su puerta.

Durante más de cuarenta años tuvieron lugar miles de curaciones extraordinarias, con frecuencia de hombres, mujeres, niños y de animales, e incluso árboles, plantas y campos de cultivo, desahuciados por los hombres y por la ciencia, sin utilizar otra medicina que la oración, la fe y la “confianza en el Cielo”, que nos han sido relatadas por sus contemporáneos.

Un día, una niña fue traída por su madre. La pequeña sufría de parálisis y le era imposible caminar. La madre pidió al Maestro la curación de su hija, a lo que éste respondió: «¿Estás dispuesta a pagar aquello que yo te pida?» La pobre madre rompió a llorar creyendo que se trataba de una suma de dinero que su humilde condición le impedía poseer. «No es dinero lo que quiero de ti -dijo entonces el Maestro- ¿Estás dispuesta a no hablar mal de nadie hasta que tu hija tenga veinte años?» Tras la respuesta de la madre, entre sollozos, la niña se levantó y caminó ante una asamblea jubilosa de testigos.

En otra ocasión, un comerciante que vendía a crédito a familias pobres vino a buscar al Maestro, comunicándole que su amado hijo acababa de morir. Philippe le dijo: «Debes tener una larga lista de acreedores en tu almacén ¿Estas dispuesto a olvidarte de todas esas deudas?» a lo que el desesperado padre respondió que en aquel mismo momento rompía su libreta con las deudas. Cuando Philippe y el padre cruzaban el umbral de la casa donde el hijo yacía muerto, éste acababa de abrir los ojos.

Para el Maestro Philippe, la Imitación de Cristo no consistía en huir de lo que nos toca vivir, en separarse de los semejantes, en sentarse a meditar en un rincón del templo, en perderse en un desierto de arena o de soledad, en olvidarse del mundo viviendo en el corazón de la selva, en la cima de una montaña o entre los muros de un monasterio. Consistía, sobre todo, en salir de sí mismo. Pero a sus discípulos, varios de ellos antiguos militantes de todas las formas posibles de ocultismo o de iniciación occidental, a los terapeutas, a los sanadores, y en fin, a los sinceros buscadores de una real transformación interior, les exigía sacrificios infinitamente mayores.

Un día, una mujer vino llorosa a pedir la curación de su gato. Tras escucharle, el maestro le dijo: “vuelve a casa, tu gato está curado”. Cuando hubo partido le comentó a uno de sus discípulos: “Esta mujer jamás ha hecho nada por nadie, pero esta mañana ha sentido lástima por una anciana y la ha ayudado a cruzar la calle. El Cielo ha tenido en cuenta este acto de caridad y le ha concedido la curación de su gato”. Y añadió: “En cuanto a ti, esa acción no te habría servido absolutamente para nada”.

EL CAMINO DEL SACRIFICIO
En 1877, Philippe contrajo matrimonio con Jean-Julie Landar, una dama de la aristocracia a la que previamente había salvado de la muerte. De esta unión nacieron dos hijos, Alberto, que murió de viruela pocos meses después y Victoria, un alma pura, un espíritu luminoso desde su nacimiento. Llena de alegría y de compasión, Victoria contrajo matrimonio a los veinte años con el doctor Enmanuel Lalande (conocido con el pseudónimo de Marc Haven) médico, autor, esoterista, gran místico y uno de los más allegados discípulos del Maestro.
De delicada salud, Victoria anunció a su padre que debía morir pocos meses después de su matrimonio. En agosto de 1904, caía enferma. Su familia suplicaba al Maestro la curación de su hija, pero éste únicamente guardaba silencio. «Nada puedo hacer -diría- Victoria tendrá un momento de lucidez, tras el cual se irá para siempre. Pedí a Dios un alma pura y él me la ha dado. Un ser como ella no tiene nada que hacer en este mundo.»

¡Él Maestro Philippe, que había resucitado a los muertos, hecho hablar a los mudos, caminar a los tullidos, oír a los sordos, curado a tropas de soldados¡; ¡que poseía un absoluto dominio sobre las fuerza de la Naturaleza, que había desatado la lluvia fresca en la tierra desecada, el rayo iluminador en la noche oscura, hecho reverdecer el alma seca de cuantos se le acercaban y provocado la tormenta espiritual en el corazón de sus discípulos¡ ¡Que había aportado la fe pura en el Amor verdadero y despertado el corazón adormecido, moribundo o marchito de millares de seres¡ Maître Philippe, nada podía hacer ante el terrible destino que el Cielo le enviaba!

Se dice que le escucharon orar...: «¡Dios mío! Aceptamos las consecuencias de nuestra petición y prometemos soportar con resignación todas las pruebas que te plazca enviarmos...» Victoria, el amor de su vida, murió con una sonrisa en el instante mismo en que a su fiel discípulo Jean Chapas le nacía una niña, a la que dieron en llamar Martina, en memoria de Louis-Claude de Saint-Martin. Las únicas palabras del Maestro fueron: «Dios me ha crucificado vivo».

Pero el Maestro sabía que ese poder, esa refulgencia espiritual, esa todopoderosa irradiación de milagroso amor, que no emanaba de ciencia alguna de este mundo, sino de la fuerza del sacrificio del yo mismo, de ese Amor puro, límpido, sobre-natural por sobre-humano, que atravesaba todo su ser y que le había sido concedido directamente desde el Reino de los Cielos para aliviar el sufrimiento de todos los seres, no podía ser utilizado para sí mismo. Años más tarde afirmaría que la muerte de Victoria había evitado o retrasado un gran desastre para la Humanidad y el planeta Tierra. En sus propias palabras:

“Cada día el alma se acerca a Dios, y cuando esté preparada, se presentará ante Él. Para ello debe brillar como un sol, de lo contrario, no podría resistir.
¡Si supierais porqué sufrís¡ ¡Si conocierais el objetivo de vuestros sufrimientos, lo que os aguarda como recompensa por vuestros esfuerzos¡ Estaríais tan felices que ya no sentiríais ninguna pena. Ya no habría sufrimiento”.

EL CAMINO DEL AMOR
Aquellos que tuvieron el raro privilegio de vivir cerca del Maestro atestiguan que su modo de vida era simple, pero a la vez muy extraño. Afirman que dormía un máximo de cinco horas repartidas durante varias semanas, que apenas se alimentaba y que sin embargo poseía una energía inagotable, que pasaba las noches en sus laboratorios, preparando medicamentos, inventando artilugios, investigando, orando o visitando enfermos, y seguramente trabajando a distancia en los planos invisibles.

Poseía también un dominio absoluto sobre los elementos de la naturaleza: añadía o aumentaba los dones terapéuticos a las plantas medicinales, hacía desatarse la tormenta, caer una tromba de agua o detener la lluvia a su alrededor y precipitar un rayo en medio del jardín de casa para demostrar un principio espiritual, y le gustaba encender su pipa al aire libre en medio de una tempestad, ante la mirada asombrada de cuantos le rodeaban. En una ocasión, durante un viaje por mar, se desató un fuerte viento que arreciaba y levantaba grandes olas, al punto de poner en peligro la travesía y los pasajeros estaban muy asustados. Philippe le dijo entonces a su hija que se dirigiera a la proa del barco y le ordenara a la tempestad que amainara. Victoria acudió al lugar y le dijo al viento: “dice mi papá que te detengas”, lo que ocurrió inmediatamente.

Algunos de sus pacientes y discípulos atestiguan la presencia del Maestro en dos lugares distantes a la vez, e incluso su facultad de hacerse invisible, aparecer en los sueños o intervenir en espíritu en innumerables casos desesperados, incluso años después de su muerte. Como curiosidad, añadiremos que al parecer, también afirman que era absolutamente inaccesible a los videntes, y que los clarividentes decían que constantemente estaba rodeado por ángeles y espíritus protectores. En una ocasión, en la que fue atacado en la calle por unos maleantes, los testigos vieron como éstos eran literalmente apaleados por fuerzas invisibles sin que Philippe moviera un solo dedo.

Jamás podremos saber hasta qué punto alcanzaba y alcanza el poder espiritual del Maestro y de su benefactora presencia. Su doctrina, su Evangelio, se basaba exclusivamente en el poder del amor y el sacrificio del egoísmo. Consistía, sobre todo, en el olvido de sí-mismo, en desaparecer del lienzo de la propia vida, en la capitulación total el ego, en la rendición absoluta de la personalidad ante el poder de la Luz del Alma, aquí y ahora, en esta vida y con este cuerpo, en el campo de batalla de la existencia de cada día. En sus propias palabras:
“No busquéis el reposo, buscad la guerra. Buscad a los incrédulos, a los malos, a los ignorantes, a los enfermos, y curadlos dando de vosotros mismos, a pesar de todo el esfuerzo y las molestias que eso os causará. Si volvéis luego empobrecidos, cansados, agotados, alcanzados incluso por las dudas debido a sus argumentos, encerraos en vuestra habitación y rezad; la fuerza y el vigor regresarán”.

Philippe conocía las causas ocultas de los efectos visibles -las “deudas” como el las llamaba- sobre la vida de los seres humanos. Su alma bendita, en comunión constante con Lo Inefable, podía sondear los siglos pasados y encontrar el origen de cualquier consecuencia kármica. Alfred Hael nos cuenta:

“Un día, el Maestro abordó ante mí a un pobre hombre sentado sobre sus talones. En una ocasión, cuando paseaba con uno de sus discípulos, vieron a un hombre paralítico que mendigaba en la pasarela del Colegio. Sus piernas, aplastadas, estaban paralizadas. Le llevaban allí e iban a buscarle por la noche en un pequeño carro. El Maestro le dijo: “conozco a alguien que podría curarte. Debes pedirle a Dios y tus piernas caminarán de nuevo ¿prometes pedirle a Dios? Y el Maestro me dijo al partir: No pedirá nada; es la segunda existencia que pasa así, inválido. No quiere trabajar.”

Una madre, entre lágrimas y sollozos, venía a pedir insistentemente la curación de su hijo pequeño, muy enfermo, pero el Maestro, a pesar de las súplicas de los familiares, amigos y discípulos, siempre se negaba a intervenir. Un día, finalmente, aceptó y le dijo a la sufriente madre:”Sea como tú quieres”, y el hijo se curó completamente. Años más tarde, la misma mujer vino a ver al Maestro para comunicarle que ese mismo hijo, ya mayor, acababa de matar a su padre.

LOS CONTINUADORES
Paul Sédir (1871-1926) seudónimo del autor y místico francés Yvon Le Loup, uno de los más admirables discípulos del Maestro, escribió:

“Afirmo que tuve, durante un largo periodo de mi vida, la felicidad de ver vivir a un hombre que, sin esfuerzo aparente, realizaba la perfección del Evangelio. Aceptaba al pie de la letra las palabras del Evangelio, teniendo por superficiales las exégesis modernas. Si nos esforzamos en amar al prójimo como a nosotros mismos, el Cielo nos revela el sentido oculto de los textos- decía. Se mostraba poco pródigo en discursos. Emplazaba el amor fraternal antes que nada, antes que la oración e incluso antes que la fe. Señalaba el orgullo y el egoísmo como los más grandes obstáculos para nuestro avance. Así, este cristiano, este filósofo, este sabio, era el taumaturgo más extraordinario; todas las maravillas operadas por los santos las he visto realizarse, las curaciones inexplicables, los hechos de santidad, los milagros, florecían a su paso” (3)

El Dr. Eduard Bertholet, escribió estas palabras acerca de su Maestro:

“Un Maestro, según el Espíritu, no es alguien que enseña, las lecciones que él otorga, por muy vívidas y fructuosas que sean, permanecen casi siempre silenciosas... Todo entre los Amigos de Dios se desarrolla a la inversa de los hombres ordinarios. El Amigo de Dios posee la verdad, la verdad absoluta y en el momento en que es enviado a una misión, el Padre le entrega un secreto por medio del cual, esta verdad absoluta se adapta a todas las particularidades de lo relativo. El Hombre Libre posee el derecho de ser dueño de sí mismo y del resto del mundo. Si su mirada obliga a toda criatura a mostrarle su corazón desnudo, su fuerza le confiere sobre todos una autoridad suprema.

Una mirada a una planta y ésta le revela todas sus virtudes; una plegaria muda a la piedra del más antiguo monumento le dirá el nombre del obrero que la erigió. El Hombre Libre jamás adopta frente a los hombres una actitud de Maestro y, en su relación con Dios, jamás opera una curación o un milagro, jamás se permite la menor iniciativa ordinaria de la vida cotidiana sin solicitar su permiso preliminarmente. El móvil profundo y único que hace actuar a un Hombre Libre es el Amor...” (4)

Paul Sédir, como otros muchos grandes ocultistas e iniciados en toda suerte de ritos esotéricos orientales y occidentales, vio derrumbarse su universo de especulaciones metafísicas ante la presencia de un verdadero “Enviado del Cielo”, un Maestro del Amor. En una de sus obras leemos:

«Cuando el Maestro aparece, es como un sol que se eleva en el corazón del discípulo, todas las nubes se disipan, todas las escorias se diluyen; una claridad nueva se esparce sobre el mundo; olvidamos las penas, las desesperaciones, las ansiedades. Si el pobre corazón las dirige hacia los radiantes paisajes entrevistos, sobre los cuales el apacible esplendor de la Eternidad despliega sus glorias, nada apagado puede ensombrecer la Naturaleza y todo, al fin, se consume en la admiración, la adoración y el amor...» (3)

En su obra maestra de misticismo “Iniciaciones”, relato alegórico y autobiográfico como discípulo en la búsqueda de la verdad eterna, donde la personalidad del Maestro Philippe es simbólicamente ocultada bajo los rasgos de un personaje misterioso llamado Theófanes, escribiría:

“Yo, iniciado en un gran numero de grados, afiliado a todas las sectas europeas que tocan de cerca o de lejos el iluminismo, obrero de no pocas de entre ellas; yo que había escrito tantos libros sabios, que mis corresponsales extranjeros llamaban Maestro Muy Docto y Sabio, y que acabé por creérmelo, a fuerza de oído decir; yo que había realizado ritos mágicos y renovado las curaciones paracélsicas; que había dado la luz a un gran número de hombres y mujeres respetuosamente atentos; que me creía impávido e impasible, sentía mi torre de marfil temblar en su base; estaba desorientado y me hubiera reprochado a mí mismo el no haber adoptado ante este desconocido otra actitud que la más sincera: el deseo ardiente de llegar a una síntesis, a algún reposo” (5)

Gerard Encause (1865-1916) conocido con el célebre sobre- nombre de Papus, que a lo largo de su vida había sido racionalista, mago y gran ocultista, se vio precipitado hacia el verdadero misticismo tras conocer al Maestro. En una de sus cartas a Philippe, leemos:
“Querido y buen Maestro: He recibido su carta, que le agradezco, pues es siempre una alegría el ver su tan deseada escritura. Vd. me ha hecho conocer y amar a Cristo, y por ello le estaré eternamente agradecido“. (6)

Algunos autores y ciertos grupos de ocultistas acusaron a Papus, a Sédir y a otros valientes discípulos de haber tenido “melancólicas desviaciones catolicistas” al final de sus días. Es evidente que no comprendieron la trascendencia y la importancia capital del encuentro con un verdadero Maestro y con una enseñanza tan perfecta y simple como el ejercicio del amor incondicional hacia cualquier forma de existencia. Por otra parte, la “doctrina” del Maestro Philippe, incluía su creencia en la Reencarnación y en la necesidad de purificarse por sí mismo por un proceso de sucesivas existencias:

“No se si creéis o no en la reencarnación. Sois libres de hacerlo. Lo que yo sé es que me acuerdo de haber existido, de haberme ido y de haber vuelto, y que sé cuando volveré a irme. ¿Pero hay algo que muestre más la justicia de Dios que ese tiempo que nos da para reparar nuestros errores?”

Además de su creencia en la reencarnación, para Philippe no había otro sacramento que la bondad del corazón, y la obligación de compensar por si mismo las “deudas” negativas (karma) por el ejercicio del la bondad, la humildad, la “pobreza de espíritu”, el sacrificio y el amor en cualquier circunstancia. Estas enseñanzas resultaban por demás incompatibles con el dogma católico romano, y menos aún con la actitud habitual de sus ministros. Tampoco creía en la necesidad de intermediario alguno entre la luz de alma y el “Reino de los Cielos”, y otro sacerdocio excepto el que ha de esperarse de un auténtico cristiano, pues todo sincero discípulo de Cristo, todo seguidor del Camino del Amor es un verdadero sacerdote, un “secreto agente” del Plan Divino.

Durante toda su vida el Maestro Philippe fue víctima de los furiosos ataques de la clase médica y de la policía secreta, que le consideraba sospechoso de espionaje por su íntima relación con la corte de Rusia. Y también de campañas de injurias y de monstruosas calumnias urdidas contra él por personajes oscuros y por periodistas a sueldo de políticos, doctores o falsos sanadores sin escrúpulos. ¡Quien fuera ejemplo mismo de amor, de entrega sin reservas, de sacrificio más allá de los humano; médico extraordinario, terapeuta celestial del cuerpo y del alma, amigo, consejero y padre espiritual e íntimo de los necesitados, de los sufrientes¡ ¡que dilapidó literalmente la fortuna de su familia para ayudar a los pobres, al punto de tener que pedir créditos para sufragar su beneficencia activa y anónima¡.

Otros filósofos, ocultistas y espiritualistas supieron reconocer en la presencia del Maestro el ideal más Íntimo de sus corazones, encarnado en la imagen exterior de un Hombre de Dios, de un Soldado de Cristo. Y como el propio Maestro del Amor y sus Apóstoles, también los fieles seguidores de Philippe de Lyon fueron blanco de la intolerancia, de la injusticia, de la incomprensión y de la ingratitud de aquellos que a menudo habían rescatado de miseria material, moral y espiritual, y a cambio, a menudo hubieron de soportar el ataque de las oscuras fuerzas de la ignorancia, de todos los enemigos de la Luz y del Poder del Alma, de los “sicarios del Adversario”- en palabras de Paul Sédir. Pero al respecto, Jean-Baptiste Ravier refiere estas palabras del Maestro:

“Aquél que no tiene enemigos es un tibio, en el sentido de que jamás ha hecho el bien, pues haciendo el bien, se recoge ordinariamente la ingratitud, algo de lo que no debemos inquietarnos” (1)
Pero el encuentro con el Amor verdadero, tal vez con el mas elevado amor al que un ser humano le es dado acceder, tangible en la bienhechora presencia del Maestro Philippe, provocó en sus discípulos una extraordinaria trasformación, estableció una paz hermética y una felicidad indefinibles en su corazón y les abrió el camino hacia ese añorado Reino de los Cielos, que no es un lugar en un espacio lejano, sino un estado de consciencia, que como nos dice el evangelista Tomás, “Está en nosotros y fuera de nosotros”.

Ni uno solo uno de sus valientes discípulos, convertidos en genuinos Soldados del Cristo, dio jamás un paso atrás en el campo de batalla del sufrimiento humano y en la lucha por el avance del alma. A tal respecto, el estudio biográfico de los herederos espirituales del Maestro Philippe no puede dejar de impresionarnos y de conmovernos.

Dimitri Sudosky, mas conocido como Mouni Sadhu (1897-1971) seudónimo de un investigador metafísico polaco que como el célebre escritor Paul Brunton, encontró a su Maestro, Ramana Maharshi a los pies de la Santa Montaña de Arunachala en el sur de la India, nos ha dejado un relato autobiográfico en su hermosa y profunda obra En Días De Gran Paz (7) En ella revela que tras la lectura del libro de Paul Sédir “Iniciaciones” buscó vehementemente al Maestro Secreto del que habla la obra por toda Francia, sin encontrarlo.
Algunos de los fervientes discípulos de Philippe de Lyon, que continuaron su obra o escribieron profundos libros dedicados a la presencia viva del Maestro, fueron además del insigne Paul Sédir, el Dr. Philippe Encause, hijo de Papus y autor de una excelente biografía (8).

Enmanuel Lalande, con su magistral obra “Le Maître Inconnu Cagliostro”, en la “disfraza” la personalidad de Philippe bajo los rasgos del Gran Copto; Jean Bricaud, Claude Laurent, Michel de Saint- Martin, Auguste Jacquot, Leo Costet de Mascheville (Swami Sevananda) Auguste Philippe (hermano del Maestro), Georges Descormières (Paheng), Jean-Baptiste Ravier, Jean-François Brouse, Marie Lalande, segunda esposa de Marc Haven, y se dice que la serie de obras de Ciryl Scott “El Iniciado”, están basados en las personalidad y los prodigiosos hechos del Maestro Philippe.

Pero ¿Quién o qué era en realidad Philippe de Lyon?. Alfred Hael, ferviente discípulo y autor de una hermosa y muy profunda obra sobra el Maestro, nos cuenta esta reveladora historia:
“Bou-Amama era el adivino de la villa árabe de la Exposición Universal del año 1900 en París. Papus le había hablado del Maestro Philippe y éste había expresado el deseo de viajar a Lyon para verle. Tenía, dijo, muchas cosas que decirle. Yo fui el encargado de recibirle y de conducir a este viejo árabe y de llevarle más tarde a la sesión el día que el M. Philippe había fijado. Permaneció allí un momento ante el Maestro y quedé extrañado al ver que no le hablaba. Cuando la sesión terminó, descendimos la escalera, él y yo fuimos a sentarmos a un banco en el jardín donde el Maestro Philippe debía reencontramos. Tuvimos una conversación general durante veinte minutos, después, el Maestro Philippe nos dejó. Cuando expresé a Bou Amama mi extrañeza de que no hubiera expuesto al Maestro las numerosas preguntas de las cuales deseaba hablarle, él me respondió: Se lo he dicho todo y el me ha respondido. Yo le pregunté entonces: ¿Que piensa Ud. del Maestro Philippe? Y dijo elevando el índice de la mano derecha: Es grande. Es muy grande, es el más grande. (2)

En una ocasión, en la que el Maestro retornaba a su hogar tras sus cotidianas visitas a los enfermos, un caballo atado a un carruaje se puso muy nervioso y a relinchar al verle, a tal punto, que el cochero temía por lo que pudiera ocurrir en aquella plaza tan concurrida. Philippe se acercó al caballo, lo sujetó por el correaje, le acarició y le dijo suavemente al oído: “Sufres mi pobre pequeño. Ten paciencia. Sé que no estás donde te corresponde, mas no te atormentes pues yo arreglaré esto. ¡Tú me has reconocido, tú, mientras que los hombres no me reconocen!”

EL FINAL DEL PRINCIPIO
El maestro Philippe de Lyon continuó hasta el fin de sus días sus milagrosas curaciones en sus séancesde la Rue Tête d ́Or, y podríamos evocar millares de anécdotas, de emotivos relatos, de inverosímiles hechos milagrosos. Hasta tal punto su presencia benefactora asombraba a todos, que muchos pensaban que se trataba de la encarnación de Jesús o de alguno de los discípulos del Maestro de Galilea. Pero él afirmaba categóricamente:
“Muchos de vosotros creen que soy Jesús, o casi Él mismo. No os equivoquéis. Yo soy el Perro del Pastor. El más pequeño de vosotros. Por eso Dios me concede todo cuanto le pido. En cuanto a vosotros, os creéis muy grandes. Por eso Dios no os escucha
Yo no soy nada. El Cielo todo lo puede, yo no soy más que el perro del pastor. No tengo ningún mérito, pues no seguí la vía común de los hombres...».

Estas palabras bien nos evocan la “doctrina de los Avatares” de Oriente, descendidos de arriba en beneficio de abajo, y es cierto que la vida, la obra, el ejemplo y las enseñanzas de Philippe de Lyon concuerdan con el mensaje que desde el albor de los tiempos nos han legado los grandes Avatares como Orfeo, Mitra, Krishna, Buda o Jesús el Cristo: el valor omniabarcante del Amor, del sacrificio del egoísmo, de la renuncia al “yo mismo”, de la confianza absoluta en la energía de la compasión, en el poder reconciliador y resucitador del Amor del Cielo, y para ello, el Maestro nos dice: “Creedme, he buscado otro camino, pero sólo hay un camino: amar al prójimo como a sí mismo”.

¿Y cual es pues el camino, la “técnica” hacia esa reconciliación con el Reino Divino? Philippe nos dice categóricamente:

“Es necesario poner el orgullo a los pies y no ser nada, y el resto nos será dado por añadidura”.

El Maestro Philippe comenzó a consumirse lentamente en su hogar de Clos Landar. Apenas sin fuerzas para visitar a sus enfermos, le veían solitario, paseando por los bosques que tanto amaba, hablando con los árboles, con los pájaros- como san Francisco- y también con seres invisibles, tal vez con la cohorte angelical de entidades divinas que siempre le acompañaba, prestos a servir inmediatamente a aquél que es incapaz de servirse a sí mismo.
Hasta el último instante emanaba de él, como siempre, esa bondad viva, ese amor cálido, paternal, infinito, que abarcaba el espacio y el tiempo, los mundos, los planos, los Universos...esa Luz del Almahecha ser humano, y esa benevolencia activa hacia todas las formas de existencia, que actuaba en todos los reinos de la materia y del espíritu, y aún más allá. A uno de sus discípulos, al hablarle de lasséances o sesiones de curación, le dijo:
“Todo lo que se realiza aquí repercute instantáneamente en todo el Universo”.

Pasaba las noches sentado en su sillón, aquejado de terribles dolores en el corazón, sin embargo, ningún doctor encontró jamás en él signo alguno de la más leve patología. El día anterior había paseado con Alfred Hael y aparentaba encontrase en perfecto estado de salud. Pero al fin, a las once horas y treinta minutos de la mañana del día 2 de agosto de 1905, Philippe se puso en pie, dio algunos pasos hacia la ventana, un gemido surcó el aire y calló muerto. Todo había terminado. El Maestro Philippe había dejado este mundo hacia su verdadera morada en el Infinito. Antes de su partida profetizó su retorno, aunque afirmó que sólo sería reconocido por algunos.

Tras su muerte se supo mucho más de la beneficencia secreta que había mantenido oculta aún a sus más cercanos colaboradores o familiares. ¡Qué podríamos decir de los innumerables huérfanos, madres solteras, mendigos, enfermos, presos, viudas y hogares humildes que él sostenía material y espiritualmente!

Su inhumación se llevó a cabo el 5 de agosto en el cementerio de Loyasse, en Lyon. Una masa incontable de gentes, venidas de todas partes, acudieron a dar testimonio de gratitud a aquel que había sido un Maestro y guía para unos, un gran benefactor para otros y un ejemplo para todos.

A su fiel Jean Chapas, el “cabo”, audaz continuador de la obra del Maestro, le dejó en herencia, entre otros bienes, la responsabilidad de dirigir la séances de curación ¡y el pago mensual de más de cincuenta alquileres de hogares para gentes pobres¡

Ante su mausoleo, cercano al de Jean Chapas y Jean-Baptiste Willermoz, en el que siempre cantan los pájaros y en el que jamás faltan flores, pleno de votos que como nieve pura cubren de papel blanco las ramas de sus frondosos árboles, reverdecidos y vueltos a la vida, como los corazones de los devotos del Maestro, y de numerosas muestras de agradecimiento por los milagros que siguen produciéndose con la evocación de su bienamada presencia, no podemos sino sentir una profunda emoción espiritual y un sincero sentimiento de infinita gratitud. Por el poder del amor a Maître Philippe, este lugar se ha convertido en destino de peregrinos y admiradores, de sanadores, de iniciados en la “vía cardiaca” y de sinceros buscadores espirituales, y de todos aquellos que sintieron en su alma lallamada del verdadero Amor. Recordando su benefactora presencia, estas palabras resuenan en nuestra alma:

“No temáis perderme. Tengo un pie en el fondo del mar y otro sobre la tierra.
Una mano hacia vosotros y la otra hacia el Cielo. Así que siempre volveremos a encontrarnos”.

En la actualidad, y con seguridad no de forma casual, sino merced a un secreto designio y a la voluntad del Maestro, concerniente al despertar en la humanidad una nueva luz de consciencia crística, se ha revelado en todo el mundo un vivo interés por la vida y la obra de Philippe de Lyon. En diferentes lenguas se están editando numerosos libros, biografías e incluso varias películas sobre este personaje extraordinario que aportan una gran esperanza y consuelo al afligido mundo actual, a la vez que indican claramente una dirección a seguir en el escenario de la evolución del planeta Tierra. En sus palabras, podemos escuchar los proféticos y esperanzadores ecos del inmediato futuro:

“Podemos permanecer algún tiempo sin avanzar, pero llega el momento en el que somos empujados por las adversidades o por las enfermedades; debemos entonces avanzar aunque no queramos; la hora ha llegado, ¡el Cielo lo quiere así!

No se nos juzgará por lo que hemos creído, sino por lo que hemos hecho. Amar al prójimo no es tan difícil; es suficiente con hacer esfuerzos verdaderos para quererlo; lo que nos faltan son esfuerzos y lo que los paraliza es el orgullo”.

El Maestro Philippe de Lyon, una de los más grandes Seres de Luz que la Humanidad haya conocido, exteriormente fue un terapeuta extraordinario, del cuerpo, del corazón y del espíritu, pero secretamente, quizás una de las más grandiosas almas que jamás caminaron sobre esta Tierra.

Nos dejó un mensaje, acaso el mismo que en todas las épocas nos legaron los Amigos de Dios, losHombres Libres, los verdaderos Soldados del Cristo Vivo, y que quizás sigan dejándonos eternamente: que la única dirección para volver a casa, a ese Reino de los Cielos que está en nosotros y que esnosotros, y tal vez la única lección que venimos a aprender a este planeta, es que debemos amar incondicionalmente a nuestro prójimo, y que ese “prójimo” incluye la Naturaleza, la Vida y sus infinitos seres.

Pero el Maestro Philippe de Lyon sigue vivo entre nosotros, pues es el Ángel Guardián de los terapeutas del cuerpo y del corazón, de los servidores desconocidos, de todos aquellos que militan en el Secreto Ejército del Cielo, y que humildemente y en nombre del Bien y del Amor, sacrifican su felicidad, su paz, su salud, su reputación y sus medios materiales para socorrer y aliviar el dolor y el sufrimiento de los seres.

Ante sus flores, escuchando el canto de los pájaros y ante la luz blanca que se filtra tenue a través de las ramas de los árboles, frente a la belleza y el amor puro que evoca en nuestro corazón su adorado recuerdo, estas palabras consoladoras y redentoras, resuenan siempre en nuestra alma:

“Es preciso que creáis en la inmortalidad del alma, que Dios no os ha dejado solos. Él os ha dado un alma que es parte de Él y que está con vosotros.
No rechacéis la Luz. De tiempo en tiempo, el Cielo ha enviado, en diferentes puntos del globo, encargados de aportar la Luz, y si la rechazáis, de las tinieblas menos espesas en las que os encontráis, seréis inmersos en tinieblas más oscuras.
Nadie, os los aseguro, nadie os ama tanto como yo. Si sintierais lo que yo siento, sabríais que no somos sino Uno.

Yo estaré siempre con vosotros, no ante vosotros sino con vosotros. Cuando encontréis vuestra carga demasiado pesada, pedid a Dios que os aligere vuestras penas o pensad en mí y os prometo que seréis aliviados si estáis animados por buenas intenciones, ya que sin ellas, tampoco yo os escucharé.

Os prometo que estaré siempre con vosotros, lo prometo de nuevo y lo juro, que ninguno de vosotros será dañado. Si os perdéis, iré a buscaros por todas partes donde estéis, aunque sea en el fondo del gran infierno.

Dios es testigo de que no entraréis en el Cielo sin haberme vuelto a ver. Estáis bajo mi imperio y no entraré en el Paraíso sino cuando vosotros mismos retornéis y entréis en él.
Amaos los unos a los otros y os prometo que en el momento de vuestra muerte un sólo pensamiento vuestro me llevará hacia vosotros ¡Estaré ahí!

¡AMAOS LOS UNOS A LOS OTROS, EL CIELO TODO LO PUEDE!

© Carmelo Ríos

Bibliografía:
1/ actes et paroles de Maître Philippe de Lyon”. Le Mercure Dauphinois, Grenoble. Francia. 2/ Alfred Hael: “El Maestro Philippe”. 3/ Paul Sédir: “Quelques Amis de Dieu”. Les Amitiés Spirituelles. París. 4/ Dr. Eduard Bertholet: “La Reincarnation d ́aprés le Maître Philippe de Lyon”. Ediciones Rosicruciennes. Lausana. Suiza. 5/ Paul Sédir: “Initiations”. Les Amitiés Spirituelles. París. 6/ Serge Caillet: “Monsieur Philppe, L ́Ami de Dieu”. Derby, París. (7) Mouni Sadhu: “En Días de Gran paz”. Sirio, Sevilla. (8) Dr. Philippe Encausse: “Maître Philippe de Lyon, thaumaturge et Homme de Dieu”. Chacornac, París.
Jean-Baptiste Ravier: “Confirmation de L ́Evangile par les

Otros libros recomendados:
- François Brouse: “L ́Evangile de Maître Philippe”. La Licorne Ailée. París.
Auguste Jacquot/ Auguste Philippe: “Les Réponses de Maître Philippe”. Le Mercure Dauphinois, Grenoble. Francia. - Victoire Philippe: “Les carnets de Victoire Philippe”.
Phillip Collin: “Vie et enseignements de Jean Chapas, le disciple de Maître Philippe de Lyon”. Le Mercure Dauphinois, Grenoble. Francia.
- Claude Laurent: “Guérisons et enseignement de Maître Philippe”. Le Mercure Dauphinois, Grenoble. Francia.
- Carmelo Ríos: “Adeptos”. Escuelas de Misterios. Barcelona. esz
Film de Bernard Bonamour: “Maître Philippe de Lyon, Le Chien du Berger”.
http://www.youtube.com/watch?v=iJFXrBPzT6M


Maestro Philippe

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